La testarudez
Por Jaime López Rivera
El diccionario de la Real Academia de la Lengua define la testarudez como la cualidad de testarudo; y el término testarudo, según la misma fuente, se aplica a la persona porfiada, terca, que se mantiene firme o inamovible en su actitud, y agrega un concepto muy importante: aunque le den razones en contra. Si acudimos a la etimología de la palabra, encontramos que viene del latín testa, que significa cabeza, y rudes, que quiere decir algo así como: le cuesta trabajo aprender. Y en otra fuente de sabiduría, que son las Sagradas Escrituras, vemos que se utiliza un vocablo quizás más suave, pero con un significado muy similar. Allí leemos la palabra necio, aplicada a quien niega la existencia de un Ser Superior (Salmo 14:1).
Lo anterior tiene que ver con la actual situación de contingencia sanitaria que vive el país, como casi todas las naciones del mundo, porque seguramente usted ha conocido personas que son renuentes, reacias, testarudas y que no aceptan que es real el problema del COVID-19. Y les hablan de 75,000 enfermos (que en realidad son muchos, muchísimos más), y de 8,000 defunciones, pero es tanta su testarudez, que es posible que alguien, ante un familiar que ha fallecido como consecuencia de esa infección viral, se aferre a su postura y asegure: “Pues no murió de esa enfermedad, aunque así lo diga el certificado de defunción.”
Yo no sé quién será más testarudo, si este que niega que un difunto murió por la infección del coronavirus, porque él asegura que no existe, o aquel personaje del cuento que alguna vez le escuché a un gran amigo, el señor Silvestre Tinoco. Contaba él que, allá por los años cincuenta, dos amigos habían llegado a una tienda, y que al ver en la estantería una serie de piezas cuadradas de jabón, muy blancas, muy bien acomodadas, uno de ellos había dicho a su acompañante: “mira, qué bonitos quesos.” Como resulta obvio, el otro le contestó: “perdóname, pero no son quesos, son jabones.” Ya se puede imaginar el paciente lector que los dos amigos siguieron discutiendo si aquellas piezas serían de jabón o de queso, hasta que decidieron que probarían el producto.
Uno de los dos sacó una navaja multiusos, de aquellas de la marca Victoria, que podía uno llevar consigo con toda libertad. Partió una blanca rebanada y se la dio a probar al que aseguraba que era queso. Éste la probó y, echando espuma por la boca, le dijo a su amigo: “préstame un pañuelo para limpiarme, porque este queso me sabe a jabón.”