El nacionalpopulismo
Por Leopoldo González
No deja de ser curioso, telenovelesco y en buena medida preocupante, que un señor que no halla ni sabe qué hacer con el Gobierno, de pronto tenga cifras de respaldo popular como si se tratara del mejor de los gobernantes.
Al mismo tiempo, llama la atención el movimiento de ciertas encuestas, en las que Morena crece y el resto de los partidos no sube o no pinta para la contienda de 2021.
Algo ocurre ahí donde una minoría social parece mayoría; toma desde su pequeñez lo que parece ser la voz de un “sentir general”; carece de formación e información, pero asume el protagonismo de la opinión pública; no aporta contenidos de verdad al debate público, pero despliega una supremacía que la hace parecer invencible; finalmente, sus únicas fortalezas radican en la grosera distorsión de toda forma de racionalidad.
Esta descripción de la “masa” estaría incompleta, si no dijéramos que operan en ella los mecanismos insensatos de la ilusión: creer que la mejor realidad es la de la fantasía o la imaginación, la cual funciona como una coraza emocional y una superestructura mental, capaz de negar hasta sus últimos límites los indicios y evidencias que demuestran su error y equivocación.
El fanatismo radical y la intolerancia radical, piedras de toque de cualquier forma de totalitarismo religioso o político, son el sístole y diástole del corazón populista de nuestro tiempo.
Así surgieron, a través de la historia que muchos al principio se negaron a ver, las tiranías y las dictaduras sangrientas que llenaron de oprobio, de desconsuelo y muerte buena parte del siglo pasado.
Lo que la “masa” ensalzó con adoración histérica en el siglo XX de nuestros pecados, cabe en una lista mínima: Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Idia Min Dada, Stroessner, Fulgencio Batista, Castro, Ferdinand Marcos, González Videla, Pinochet.
Por igual, dictaduras de izquierda y de derecha -todas ellas deleznables-, hicieron del XX un siglo de oscuridad para algunos países y regiones del mundo. Hoy, en pleno siglo XXI y pese a las lecciones de la historia, la torpeza y la insensatez de los pueblos -de ciertos pueblos- parece pedir más de lo peor. ¿Es esto cuerdo y lógico?
Después de la famosa “marcha sobre Roma”, ya en el poder, Mussolini pidió a todos los maestros que firmaran una “declaración de lealtad” o de lo contrario perderían sus empleos; de los mil cien docentes sólo diez se negaron a firmarla. Las masas de jóvenes fascistas, cantando “Italia dará de sí”, llevaron a Mussolini al poder y a Italia al abismo.
Apoyado por la histeria de masas, Hitler llegó al poder a través del voto popular y se mantuvo en él 12 interminables años, quizás los más aciagos y oscuros en la historia humana.
Una parte de sus compatriotas vio en Franco al “caudillo de España por la Gracia de Dios”, y Franco llevó el fascismo a España -escudado en motivos tanto religiosos como políticos- y permaneció en el poder hasta su muerte.
Castro encabezó a las masas contra la dictadura de Batista, con la promesa de gobernar con el escapulario y de convocar a elecciones libres en cuanto lo permitiera “un periodo de normalidad” dentro de la revolución. Más de medio siglo después, fueron la enfermedad y la muerte las que lo separaron del poder.
La demagogia, lo sabemos desde la Grecia y la Roma antiguas, es el instrumento favorito del poder unipersonal.
Los dictadores, a quienes rodea un aura de legitimidad pararreligiosa, suelen llegar al poder por métodos incruentos y sostenerse en él por la vía del control, el hambre, el miedo y las armas.
La instauración de gobiernos dictatoriales o blindados, es algo que generalmente comienza por no creerlos tan malos, crece luego en la renuncia colectiva al ejercicio de razonar, continúa en el afianzamiento vertical de los enclaves de control social y termina en la realidad seca, brutal y directa de lo que es el personalismo político del palabreo y el salivazo.
México se halla, desde hace casi dos años, en esa zona de riesgo histórico. La democracia y las libertades públicas no se profundizan ni se ensanchan y las instituciones se debilitan, mientras por todo el país cunden y se expanden los signos de una regresión autoritaria. Tener en cuenta -lúcidamente- esta realidad, puede ser el principio para impedir su avance y consolidación.
Pisapapeles
“Ser presidente no cambia quién eres, revela quién eres”, manifestó, enfática, Michelle Obama, refiriéndose al populista que despacha en la Casa Blanca. Ojalá, en México, aprendamos y tomemos nota de ello.
leglezquin@yahoo.com