24 noviembre, 2023

Leopoldo González: La Argentina de Milei

Argentina, ese país que inexplicablemente tenía décadas votando por lo que no funciona ni da resultados, salió el domingo pasado a las urnas a escoger entre dos candidatos: el oficialista Sergio Massa, enviado por el populismo argentino a asegurar la continuidad, y el opositor Javier Milei, que en toda su campaña invitó a “ponerle un alto al mal gobierno” y a consumar una vuelta de tuerca a favor de los argentinos y su economía.

Si México hace una lectura ideológica de los candidatos de allá, para extrapolar su perfil y su ejemplo acá, se cometería un grave error: lo que menos contó en las elecciones argentinas, a la hora de votar, fueron las ideas y la filiación ideológica de cada candidato.

Si se mide el voto del 72 por ciento de los argentinos en clave ideológica, buscándole un color conceptual que no posee o “derechismos” o “izquierdismos” que no tiene, también se podría cometer un grave error: no hubo el domingo pasado, en el país del Río de la Plata, cargas doctrinarias ni pugnas programáticas de ningún tipo.

En México, muchos actores sociales y políticos están haciendo lecturas apresuradas sobre lo que ocurrió en Argentina. A este respecto, ya sabemos que partir de premisas equivocadas lleva siempre a conclusiones y a resultados equivocados.

Después de los pocos años de democracia y sociedad abierta que tuvo con Raúl Alfonsín, la tragedia abrazó una vez más a Argentina el 25 de mayo de 2003, cuando en la cita de las urnas los ciudadanos eligieron a Néstor Kichner, quien llegó ofreciendo incentivos demagógicos inmediatistas y paliativos asistenciales para controlar el malestar social.

La tragedia profunda de Argentina tiene otro nombre: aún vivo y después de muerto Juan Domingo Perón, ese país continúa atado a un mito hueco y vacío que sólo le aporta una sensación de bienestar, pero no un bienestar real. Es raro y extraño este comportamiento, pues Argentina tiene una de las más elevadas tasas de lectura en Latinoamérica, pese a que su sociedad frecuentemente toma decisiones según los cálculos biliares o el analfabetismo político.

Néstor Kichner, a quien la picardía de Río de la Plata sigue llamando “el tuerto”, mal gobernó dos periodos ese país; luego vino su esposa, Cristina Fernández de Kichner, que en dos periodos de gobierno no hizo sino profundizar las crisis heredadas; después llegó Mauricio Macri, que empeoró todo, y finalmente Alberto Fernández, un eslabón más del viejo peronismo populista que agravó todo, empezando por la economía.

Javier Milei, el recién electo presidente de Argentina, es un economista que viene del sector privado y que tuvo mucho contacto con los medios de su país hace algunos años. Pero Milei no es de izquierda ni de derecha: es un híbrido sin parroquia ni catedral.

Se ha dicho de Javier Milei que es un “facho ultraconservador”, lo cual no nos dice mucho, pues es quedarse en la epidermis de un análisis que amerita honduras mayores.

Sergio Massa, el continuador del peronismo de los Kichner y los Fernández, quien llegó a hacerse cargo del Ministerio de Economía en mayo pasado, representó en la contienda todo aquello de lo que se arrepentía el pueblo argentino: estatismo, improvisación, populismo, ignorancia, inmoralidad y demagogia.

Al votar por Milei, los argentinos no querían ser campeones del peronismo, ni menos o más socialistas que antes, ni “izquierdosos” de cuello blanco ni profetas de la Iglesia de los Santos de los últimos Días, sino simplemente despedir sus equivocaciones de ayer y dejar el pasado en una gaveta, para comenzar a respirar un aire más puro y nuevo.

Borrar del mapa de la memoria a los Kichner y a los Fernández era la explicable urgencia de una sociedad de arrepentidos, los que no tenían más opción que recorrer las escalas psicológicas del hartazgo y la impaciencia, en busca de un oxígeno social que fuese menos tóxico y más puro.

El populismo argentino tuvo déficit fiscal en 13 de los 16 años en que mantuvo el poder; el dispendio y no saber aplicar los recursos públicos como se debe, llevaron al banco central a imprimir billetes como si se tratara del fin del mundo; la economía del país cayó a niveles de hace 21 años; la inflación llegó a poco más del 140 por ciento en unos años y la deuda pública, ubicada en 80 por ciento como proporción del PIB, sencillamente paralizó la actividad económica e industrial.

Sabemos que el hartazgo frente a cualquier gobierno es una de las variedades de la impaciencia; sabemos que la impaciencia sin perspectiva de futuro es un sentimiento vacío; sabemos, también, que a los pueblos que se meten en problemas es a los primeros que llama la historia para resolverlos.

Después de que se ha vivido y escrito un capítulo de la historia, son la generación siguiente y el tiempo los que tienen la última palabra.

Argentina va a transitar, muy probablemente, hacia algo que aún no tiene nombre, pero que va a implicar una apuesta y una certeza de futuro.

Hay que tener mucho cuidado con la geografía, porque no pocas veces es la madre de la historia: Argentina es el país del Río de la Plata, pero México es el país del Río Bravo.


Pisapapeles

Escribió, desde el Cono Sur, el politólogo Marcos Kaplan: “Un pesimista no es sino un optimista bien informado”.

leglezquin@yahoo.com  

  

TAGS: