13 octubre, 2023

Leopoldo González: La guerra en marcha

Cualquier guerra, declarada por el motivo que sea y realizada en nombre de una historia, un territorio o un Dios, es un holocausto de la razón y la mejor evidencia de que los mecanismos del diálogo han sido eclipsados por una o por las dos partes en conflicto.

En esta idea caben, si hemos de creerle a Sun Tzu y a Carl Clausewitz, la guerra desatada por la invasión de Rusia a Ucrania y el asalto sorpresa de Hamas sobre las ciudades del sur de Israel.

Es una pena desde 1948, cuando nació como Estado independiente y autónomo, que la paz de Israel dependa más del humor y el ácido sulfúrico del Estado Islámico (EI) que de una racionalidad geopolítica bien entendida y mejor practicada.      

El ataque sorpresa del movimiento Hamas contra Israel, la madrugada del sábado anterior, fue una declaración de guerra contra los judíos de Israel, pero también contra las democracias de Occidente.

En casi 100 horas de combates en la franja de Gaza y en Israel, ha podido verse que la guerra activa un lenguaje de púas verdaderas y que ese es el lenguaje más extremo de las culturas de la agresión.

En cuatro días de guerra las víctimas son casi dos mil en ambos bandos, los heridos más de cinco mil y entre 15 y 24 las poblaciones fronterizas evacuadas.

Hace horas se supo que integrantes de Hamas entraron a un kibutz próximo a la franja de Gaza y masacraron a sus habitantes, entre ellos 40 bebés que recibieron múltiples puñaladas y encima fueron degollados.

En el campo de refugiados de Jabalia, en el norte de Gaza, varios civiles israelíes treparon por un edificio derrumbado para sacar de entre los escombros el diminuto cuerpo de un bebé.

Los milicianos de Hamas mataron a tiros a decenas de jóvenes israelíes en una fiesta rave al aire libre en el desierto: una carnicería que la prensa local cifró en 260 fallecidos.

Misiles, secuestros, ejecuciones y crisis de rehenes son el denominador común en la guerra entre Gaza e Israel, porque los estados de sangre caliente y economía armamentista no conocen más lenguaje que la convulsión y la guerra.

En la franja de Gaza, donde según la ONU más de 123 mil personas se han visto desplazadas por los combates, los ataques aéreos israelíes han destruido 159 viviendas en el territorio y causado daños graves en mil 210 más.

En esta guerra que no escogió, Israel ha observado en el combate una máxima tanto de Sun Tzu como de Carl Clausewitz: la de “cortarle al enemigo todas las fuentes de abastecimiento”, pues en el asedio total sobre Gaza ha ordenado a su aparato militar cortar la energía, el abasto de alimentos y el suministro de combustibles.

El gobierno del presidente López Obrador, acá en México, se ha visto mal y como un neófito en materia de palabreo y relaciones internacionales. No acierta en el uso correcto y elegante del lenguaje diplomático y su inteligencia verbal es coja, torpe y chata. Y en esto -lo cual ya no sorprende- le siguen el juego ciertos gobernadores.

López Obrador hizo afirmaciones tan miopes y peregrinas sobre el conflicto, que ni vale la pena detenerse en ellas. En un mundo de grisuras y opacidades tan ubicuas como monumentales, me temo que los tontos sólo tienen cabeza para representar a los tontos. La que sí se ocupó de él fue la embajadora de Israel en México, cuando afirmó que no condenar el terrorismo de Hamas equivale a tener una postura a favor del terrorismo.

Es claro que si el movimiento Hamas es Isis y es Al Qaeda, entonces ellos y otros más -como el grupo armado libanés Hezbolá- son escudo y brazo armado del Estado Islámico, que basado en su libro de libros cree en el dios sin rostro del Islam: un dios de guerra, un dios de muerte.

Muchos en Occidente creen y creemos en la causa del pueblo Palestino, pero al mismo tiempo matizamos y precisamos: Hamas no es ni representa la causa política, religiosa y cultural del pueblo Palestino.

Lo que podría cesar la guerra y procesar los diferendos que hay en la región, mediante un gran acuerdo de paz entre las partes, serían una coalición internacional por la paz en Medio Oriente y la decisiva intervención de la ONU.

A propósito de la guerra, escribí dos versos en un poema que figura en el libro colectivo Donde muere el verano: “El idioma del aire es terca revoltura / sin código de nubes ni vuelo de palomas”.

Pero lo que afirmé en la presentación de ese libro, en el Centro Cultural-UNAM, el 1 de septiembre, no es menos cierto: “La guerra es una copa de venenos amarillos, salvajemente amargos, de la que sólo beben los espíritus pequeños o emponzoñados”.


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Hace falta en el mundo recuperar la capacidad de indignación frente a la guerra; pero, asimismo, homenajear y enaltecer la vida por medio de la compasión hacia el otro.

leglezquin@yahoo.com

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