Se vio bien la recién estrenada ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, en la conmemoración del 106 Aniversario de promulgación de la Constitución de 1917, el pasado 5 de febrero, en la ciudad de Santiago de Querétaro.
En sentido estricto, la de 1917 no es una Constitución nueva, sino la Carta Fundamental de un Congreso Constituyente que reforma la del 5 de febrero de 1857.
La conmemoración en Querétaro el pasado domingo fue un acto de los poderes de la Unión, en el que las señales y los mensajes de cada uno de los actores atiborraron la abigarrada escena con una poderosa carga semiótica.
Querétaro es la Meca del constitucionalismo mexicano moderno, en la cual se recoge y actualiza -y en más de un sentido se renueva- la tradición doctrinaria que viene de Rayón y Morelos. A lo que ahí se rinde pleitesía es a la propia Constitución y a la República. Nada más, pero también, nada menos.
El recinto de Querétaro no es para emitir loas a ningún ideologismo de neurona retardada ni para entonar odas a un personalismo incontinente, sea cual fuere, sino para homenajear y refrendar un diseño de país y la unidad en la diversidad que es la nación.
En la definición de 2022 del ministro Luis María Aguilar, “la Constitución es el Pacto duradero de nuestra vida institucional y el soporte de nuestra convivencia social”. Ni un milímetro más, ni un milímetro menos que eso, porque “la nación -aseveró Mariano Otero- es un proyecto a realizar”.
Una ceremonia solemne es fondo y forma. Cuando se transgreden ya no hay fondo sino ´bajos fondos´ y la turbia invasión de lo deforme que atropella la forma. Si alguien quiso que aquello fuese un acto de culto a la personalidad, se equivocó; si alguien más no aguantó las ganas y embistió con el generalismo militar cerca del presidente, también se equivocó; por último, si otro más ordenó mandar a la gayola esquinera del presídium a los representantes de los poderes Legislativo y Judicial, también se equivocó.
Los poderes republicanos son pares y encarnan, por eso mismo, a la República: por tanto, deben verse y tratarse de igual a igual y ninguno mirar al otro como cosa despreciable o por encima del hombro. Por consiguiente, quien de modo principal faltó a los protocolos republicanos y a la cortesía política en Querétaro fue el titular del Ejecutivo, por aquello del ´complejo de sistema solar´ que aqueja a algunos mandatarios.
El rol que en ese acto solemne jugaron el diputado Santiago Creel y la presidenta de la Corte Norma Piña, también se apartó de lo tradicional y acostumbrado en otros años, aunque por razones distintas y viendo como un riesgo el estilo personal de gobernar de hoy.
El diputado Creel y la ministra Piña, cada uno a su modo marcaron su propio territorio: uno, el del Poder Legislativo; otra, el del Poder Judicial. Ambos, además de enfatizar la división de poderes que figura en la naturaleza del Estado, subrayaron la independencia del Legislativo y el Judicial ante el asedio o “acecho” a nuestra democracia.
El exhorto del diputado Creel al gobierno federal, a capitular en su senda de equívocos y a no errar el camino del constitucionalismo mexicano, fue oportuno en términos de un llamado a respetar la independencia de los poderes y los tonos variopintos de la pluralidad social y política, en instantes en que el populista López Obrador busca erigir el desierto de la uniformidad.
La presidenta de la Suprema Corte fue grave y puntual, digna y directa tanto al no recibir de pie al primer mandatario como en el lenguaje y las posturas claras y verticales de su discurso. En el fondo y en la forma se condujo con la talla, la honorabilidad y la estatura que corresponden a un auténtico guardián de la ley.
Que el o los titulares del Poder Judicial se abstengan de ademanes obsequiosos y de actitudes reverenciales frente a otro u otros poderes, es algo que no se ve mal y figura en los protocolos de las democracias más avanzadas del planeta.
Por lo que hace a su discurso, en el marco del 106 aniversario de promulgación de la Constitución del 17, la ministra presidenta de la Corte no se guio por fobias o malquerencias de índole ideológica o política, sino por el principio de supremacía de la ley en la vida pública, tan expuesto y erosionado en tiempos de la 4T.
Si acaso, la parte política en la que aludió a la demagogia del palabreo, de la cual dijo que no radica en ella el “deber cumplido” ni constituye la solución mágica de los problemas, pudo haber sido una extralimitación o un exceso, pero su señalamiento dio en el blanco ante la evidencia de tanta incontinencia y tanta inverecundia verbal en estos años.
Colocar la Constitución y sus leyes como piedra de toque del orden social y político, que fue lo que hizo la presidenta de la Corte, es algo que debería decirse de forma más continua y rotunda por parte de los ministros de la ley, y que deberían escuchar con más atención y orejas de Paquidermo nuestros políticos.
Poner en el radar del Teatro de la República la idea de que los poderes se deben a un pacto de colaboración, pero no a un pacto de sumisión o subordinación, es lo que hizo que el Legislativo y el Judicial hicieran suya la conmemoración del 106 aniversario de la Constitución de 1917.
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