23 marzo, 2020

Leopoldo González: Un sexenio brevísimo

Un sexenio brevísimo

Por Leopoldo González

El sexenio del presidente López Obrador tocó a su fin.

Lo entienda o no él y su equipo -y ya sabemos que lo más probable es lo segundo-, el inquilino de Palacio encabeza uno de los sexenios más breves de nuestra historia.

Sabemos que un sexenio de gobierno dura, nominalmente, seis años. Es el plazo electoral y el término constitucional para el que se elige a un mandatario en México. 

Un sexenio equivale a 2 mil 190 días, pero si se infiltra en él el año bisiesto -como es el caso- hay que agregar un día más: por tanto, seis años-calendario se vuelven 2 mil 191 días de tiempo líquido, de tiempo nominal, de tiempo real.

Sin embargo, los sexenios en términos de luna de miel con los electores, de legitimidad social intacta y de ejercicio real del poder político (realpolitik), pueden durar pocos meses o unos años.

En muchos países sobran ejemplos de gobiernos que, a meses o años de haber iniciado su gestión, cayeron de la gracia de quienes los eligieron, fueron sorprendidos en comarcas de fango, perdieron temprano la credibilidad que habían acumulado, fueron incapaces de resistir ritmo y tentaciones del oficio de gobernar, colapsaron de forma prematura y pronto asistieron a la declinación de lo que eran y representaban en el imaginario colectivo.

Un ejemplo internacional de un periodo de gobierno trunco, aunque en EU son de cuatro años, es la breve presidencia de Richard Nixon, que llegó a su fin tras el escándalo Watergate que lo sacó del poder.

En México, no sólo son incontables los hechos fortuitos que han eclipsado gobiernos a medio periodo; también abundan los casos en que la insensibilidad, la corrupción, la ineptitud, el síndrome del Bajo Chaparral o el franco desconocimiento de las cosas han arruinado ejercicios de gobierno a unos cuantos meses o años de haber iniciado.

Hace décadas, cuando el PRI llegó a ser el partido-aplanadora y fue la glamorosa encarnación de la figura del partido “casi único”, las crisis de fuerza y legitimidad del poder se resolvían reagrupando o rehaciendo los consensos al interior del sistema. Entre otras cosas, para eso y mucho más servía tener un sistema.

Sin embargo, algo cambió en el país y en el antiguo régimen al iniciar la década de los ochenta.

Un caso de sexenio corto fue el de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), que luego de pusilánime y gris en su primera mitad, llegó a elecciones intermedias y al terremoto de 1985 sólo para iniciar su propio declive: no supo reaccionar y hacer frente a la emergencia nacional y acabó rebasado por una sociedad que se hizo cargo de la situación y lo jubiló de sus querencias.

Otro caso de un sexenio breve, aunque fulgurante y pleno de realizaciones, fue el de Carlos Salinas (1988-1994). Astuto y hábil para construir la red de su propia legitimidad, sagaz en la definición y operación de una estrategia de contención del adversario, brillante en la concepción y ejecución de las políticas públicas de su mandato, visionario de la modernización del país, su sexenio duró cinco años: pudo sortear y sobreponerse a todo en el poder, hasta que los demonios del 94 y su cauda imprevista de calamidades apagaron el horizonte y brillo de su gobierno.

Un tercer ejemplo de sexenio fugaz fue el de Enrique Peña Nieto (2012-2018), porque a pesar de la encomiable visión que regía las grandes líneas de su proyecto, dos hechos recortaron la duración real de su gobierno a dos años: por un lado, la denuncia de que “dineros mareados” indicaban la compra de una “Casa Blanca” y, por otro, la tragedia de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, que medio mundo le endilgó a mansalva y de la cual no supo defenderse.

En el balance, el otro sexenio que se perfila como tempranamente efímero, casi como una golondrina en verano, es el del morenista López Obrador. En quince meses de gobierno ningún análisis serio lo absuelve y, por el contrario, todas las críticas indican que encabeza un gobierno con esclerosis múltiple, que ha iniciado su etapa de declinación.

Y en efecto, si se lo juzga por su postura frente a la revuelta de las mujeres, por su ignorancia supina en materia de economía y finanzas, por la desarticulación de su partido, el malestar creciente de su base electoral y la torpeza con que ha enfrentado la crisis del coronavirus, es claro que su sexenio se desploma: se convirtió ya en un breve sexenio de quince meses, que sólo podría incorporarse para caer mejor.

Pisapapeles

Uno de los problemas de escoger a gente poco apta para la administración pública, radica en que su ceguera personal es capaz de contagiar a muchos de sus seguidores.

leglezquin@yahoo.com      

            

  

 

  

 

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