Un país con mal servicio
Daniel Castillo Briones
Mi principal actividad consiste en dar cursos y conferencias. Lo hago desde hace más de 20 años y esto me ha llevado a recorrer casi todo el país e incluso ir al extranjero con cierta regularidad. He volado con más de 15 diferentes aerolíneas y pensé que ya había visto todo referente a las aerolíneas. Me equivoqué.
Hace unos años, tomé el vuelo de Vivaaerobus a Monterrey, para de ahí ir a Monclova en camión a dar un curso de tres días. Desgraciadamente, me vi obligado a documentar mi equipaje, debido a mi crema de rasurar, que violaba los límites permitidos de seguridad. Más me hubiera valido dejar la mentada crema.
Al llegar a la fila de documentación, me tranquilicé al ver que la fila no era mayor a 20 personas, por lo que calculé salir de ahí en máximo 15 minutos, que es lo que normalmente tardan las otras aerolíneas. Error craso. Después de una hora de estar casi estacionado, me di cuenta que de los 10 posibles empleados que pudiera haber, sólo había tres. Una de ellas estaba haciendo no sé qué, lo que dejaba a sólo dos personas para atender. Ahí empezó mi calvario. Me di cuenta que su lema: “La aerolínea de bajo costo en México” debería ser completado con “La aerolínea de bajo servicio y costo en México”. Malas caras, peores tratos.
Al llegar a Monterrey vi con angustia que todas las maletas pasaban por la banda, con excepción de la mía. Al cabo de esperar 30 minutos, el encargado me dijo que debía llenarle una forma y que ellos me harían llegar a mi hotel la maleta: “Me comunicaré con usted en la noche para informarle, señor”, me dijo el encargado.
Pasó el 23, 24, 25… regresé a Ciudad de México, el 27 por fin recibí una llamada; pero falsa alarma, la maleta encontrada no era mía.
Hoy por hoy, no sé nada de mi maleta. Cada vez que iba al aeropuerto, me tomaba un tiempo para ir a Vivaaerobus y preguntar por mi maleta. Nada. La tercera o cuarta vez que pregunté, alguien me dio un teléfono de Monterrey al que se suponía debía llamar, para pedir la indemnización de mis pertenencias; pero jamás pude comunicarme. ¿Recibí una disculpa?, ¿acaso la gente de la aerolínea siente pena por causarme tantos inconvenientes?, ¿usted cree que les importa siquiera?
Esta situación me ha hecho reflexionar que semejante situación vivimos en la política. Nuestros supuestos representantes están acostumbrados a no darnos satisfacción. Prometen mil cosas en campaña, que al final sólo quedaron en eso.
Fidel Herrera, el ex gobernador priista de Veracruz prometió 400 puentes a los Veracruzanos. Para hacer honor a la verdad, cumplió. Hizo los 400 puentes. Aquel que maneja por la carretera Veracruz-Córdoba le extrañará ver el curioso espectáculo de ver puentes que van paralelos a la carretera, sin conectar a ningún lado, otros cruzan la carretera; pero sólo eso… un puente que no conecta con otro camino… con nada; pero el hombre dijo orgulloso que él, había cumplido sus compromisos. No sólo gastó inútilmente el dinero de los veracruzanos en obras que no benefician a nadie, sino que los exhibe como monumento a la estupidez, corrupción e irresponsabilidad.
El famoso segundo piso de López Obrador sigue siendo un misterio de las finanzas, porque aún nadie sabe cuánto se gastó en su construcción. El supuesto “amigo de los pobres” simplemente se negó a entregar cuentas.
En campaña, AMLO prometió las “perlas de la virgen” como se dice comúnmente; pero ni bajó la gasolina, ni metió a la cárcel a los corruptos, ni bajó impuestos (antes al contrario, ya se planea reinstaurar la tenencia). El gobierno loperobradorista se debate entre el caos y la incompetencia.
Democracia no es sólo ir a votar, es exigirle a los votados que cumplan con lo prometido, es pedirle cuentas a los presidentes, gobernadores, diputados y senadores. Su sueldo sale directamente de nuestros bolsillos y muchos de ellos sólo van a calentar la silla.
La frase “Tenemos los gobernantes que merecemos” es dolorosa; pero cierta. Mientras que México tenga millones de ciudadanos que no cumplen con sus obligaciones y exijan sus derechos, seguiremos teniendo un país con mal servicio, no sólo en uno, sino en todos los ámbitos de la vida nacional.