20th

diciembre
20 diciembre, 2024

Tiempo nublado

Aunque hay la tendencia a afirmar que México va por buen camino y que las cifras del desarrollo nacional están mejor que nunca, lo cierto es que México ha caído en un bache y tiene hoy una economía prendida con alfileres.

Si la simulación era un deporte nacional, en la modalidad surrealista de que “todo está bien” en cada centímetro del país, ese velo de falso optimismo va a toparse con el invierno de nuestra incertidumbre, en el que tendremos que ver de frente a nuestros espectros, demonios y fantasmas.

Una parte de la simulación nacional sobre nuestra realidad, entendida como el arte de fingir que vivimos tiempos dorados, consiste en decirle a nuestra sombra que sí, que todo va bien e irá mejor, porque en el fondo estamos trabajando para ello y tenemos derecho a un futuro diferente.

Sin embargo, las cosas no van bien en nuestro país.

La simulación es tan mexicanamente histriónica y teatral, que permite a muchos eludir el peso y los filos de la realidad con la versión oficial de que “vamos bien” y que sólo al ingenio del mexicano se le pudo ocurrir remplazar hoy en día la Presidencia por la Providencia de la República. Nada nos puede faltar si la Providencia, la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego están de nuestro lado.

Otra parte de la simulación nacional sobre nuestra condición, reside en mentirnos por derecho propio para no parecer “políticamente incorrectos” y para no espantar a quienes le tienen fobia o tirria a la verdad. Si la mentira ayuda a sentirse bien y además genera cierta sensación de “bienestar”, ¿para qué desempolvar la voz del crítico y el profeta? No tiene caso. La falsedad es hija predilecta del mundo y tiene una constelación de primos más grande que el árbol genealógico de Adán.

Por esto, para que la simulación nacional tenga un sentido épico y filosófico más allá de una treta de mentimiento, algunos creen necesario decretar un monumento nacional en el que la tribu de los iguales queme copal y le rinda pleitesía a la falsedad, en auténtico olor de multitud.

Para sobrellevar o para sacarle la vuelta a la incómoda realidad, hay la tendencia a leer y a escuchar cosas que resulten gratificantes. Es decir, se ha normalizado tanto la desventura en estos tiempos y se ha vuelto tan común el paisaje de la ruina, que ya molestan las ingratas resonancias y los encabalgamientos que llevan de la realidad a la verdad.

Cantinflas, en el corrosivo ingenio y la picardía exultante de gracia que llegaron a caracterizarlo, perfiló en uno de los teatros capitalinos de los cincuenta uno de los mejores retratos hablados que se hayan hecho sobre el mexicano, después reiterado por el filósofo de Güemes: “Estamos como estamos, porque somos como somos”.

            Mientras México no haga un alto en el camino y no despliegue un ejercicio de autocrítica valiente sobre sus taras y padecimientos, no se puede esperar que corrija las aberraciones que lo han llevado a este aquí y ahora. Necesitamos, como decía Michael Foucault, una “ortopedia del discurso” y, mejor aún, una didáctica del discurso y la vida pública.

            Edgar Morin proponía elaborar una teoría de la crisis, a la que él llamaba crisología, para examinar los grandes baches en el desarrollo histórico y político de las naciones. En esa hipótesis pareció situar su reflexión intelectual muy cerca de México, pues nuestro país es en América Latina uno de los que más homenajean las crisis cíclicas y recurrentes, al punto de que deberíamos inventar con urgencia una crisología mexicana.

            Hoy, al empobrecimiento general de la política y el servicio público, deberíamos sumar la depauperización del discurso económico, pues nuestro país avanza a un 2025 de achicamiento de la economía, de caída del Producto Interno Bruto (PIB), de profundización del déficit fiscal y de disminución de la inversión pública y privada, lo cual nos llevará a uno de los peores años de la 4T en el poder.

            El deseo de que le vaya bien a México es, desde un punto de vista crítico, independiente de si le va bien o le va mal a la señora Sheinbaun, pues una cosa no necesariamente implica a la otra.

              El problema de México no es sólo una cleptocracia castrense y política que planea y proyecta obras para enriquecer a su gente y empoderar a sus socios, sino que el grueso de la riqueza nacional se destina a engordar y a multiplicar clientelas, en lugar de crear condiciones para multiplicar la riqueza bien habida y hacer de ella un furgón del despegue de México: fuente de la fortaleza fiscal e industrial del país.   

Espero y deseo que no ocurra lo peor, ni ahora ni mañana.

Pero lo que hoy se hace en materia de economía y finanzas públicas no deja lugar a dudas: México avanza hacia un periodo de desaceleración económica, contracción de la actividad productiva, mayor empobrecimiento de las clases medias y astringencia monetaria.

Una vez más, las buenas noticias sobre México tendrán que aplazarse.


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