Hoy empieza el segundo consulado de Lucio Cornelio Sila Félix (138 a. C. – 78 a. C.):
El cónsul romano Sila conoció alternativamente la opulencia y la miseria, pero sus habilidades administrativas y sus conocimientos jurídicos lo convirtieron en uno de los hombres más ricos.
Sabía latín, griego, arameo, persa y chino. Aunque nunca fue un artista o un intelectual, restauró, creó y financió varias academias, bibliotecas y gimnasios.
Redujo la influencia en el Senado de los tribunos de la plebe, por analfabetos, populistas y demagogos, con intereses más personales, que de eficacia y beneficios para la República. Restableció por completo las instituciones republicanas, regresándole al Senado todo su poder original, cuyas decisiones respetó en absoluto. Recordemos que el Senado poseía en ese entonces facultades tanto legislativas como judiciales.
Los líderes del partido de la plebe organizaron revueltas civiles con objeto de culpar a Sila de haberlas organizado, pero acabó sabiéndose la verdad; sufrió igualmente varios atentados e ilegítimas persecuciones judiciales. Desterró a los extranjeros que buscaban la ciudadanía romana de manera ilegal o violenta, o tramposamente, procreando descendencia.
Se enorgullecía de ser más hábil para la paz que para la guerra, porque poseía grandes dotes diplomáticas y de negociación. Líderes de otras naciones lo buscaban para que mediara en sus conflictos, por su fama de un carácter honesto, severo e inquebrantable.
Amplió los territorios de la República hacia regiones que nunca antes habían sido romanas, la mayoría de las veces sin intervención militar.
Les donó terrenos a los veteranos de las guerras y los pensionó. Pensionó asimismo a los huérfanos para que culminaran sus estudios, garantizándoles un empleo al final de su instrucción dentro de los territorios de jurisdicción romana.
Siempre tuvo como prioridad la protección y prosperidad de sus ciudadanos. A muchos los sacó de la pobreza, capacitándolos para ejercer oficios varios. No le gustaba ver ociosos a los ciudadanos.
Como el gran administrador que fue, desde su gubernatura en Cilicia, redujo significativamente la deuda de Roma y bajó los impuestos, cobrando tarifas, en cambio, a las naciones que pretendían vender sus mercancías en Roma, donde había el más alto poder adquisitivo.
Dice Plutarco que era tan blanco, que parecía transparente, y que su mirada, de unos ojos azules terroríficos, y su gran estatura y su gruesa voz, intimidaban a cualquiera. Durante su etapa como legionario, se le vio en combate luchando cuerpo a cuerpo hasta con cinco enemigos a la vez y deshaciéndose de ellos.
Fue el único en toda la historia de la Roma clásica que no quiso perpetuarse en el poder, sino que después de sus mandatos, se retiró definitivamente a la vida privada. Los ciudadanos romanos iban a su casa —permanentemente abierta a visitas— a pedirle que regresara a gobernarlos, pero siempre se negó a volver a la vida pública.
Durante sus cuatro periodos al frente de la República, el mundo entero conoció uno de los periodos más pacíficos y prósperos, como efecto de su forma de gobernar.
El emperador Wu, de la Dinastía Han, en China, lo admiraba, al punto de haber implementado varias políticas de gobierno iguales a las de Sila, y lo mismo hicieron otros gobernantes no romanos.
Sila fue uno de los personajes más admirados por Julio César. Este le dedicó su primer triunfo militar en Britania y fue el primero al que mencionó en su primer discurso ante el Senado a su regreso de las Galias.
Hoy empieza otra vez, pues, el segundo consulado de Lucio Cornelio Sila Félix, al frente de la renovada y reforzada república imperial, cuyo fin no atinan a ponerle los malhadados agoreros.
Dice Mark Twain que la Historia no se repite, pero rima.