Morelia, la ciudad que en ocasiones es luz y a veces obscuridad de sí misma, llega el día de hoy, 18 de mayo, al 481 Aniversario de su fundación y existencia.
La ciudad fue fundada en el antiguo Valle de Guayangareo, habitado en 1541 por aborígenes llamados pirindas, pero su plasticidad de espíritu la llevó a tener otros dos nombres: Valladolid, primero, y luego Morelia.
La ciudad que ha tenido tres nombres a lo ancho y largo de su historia, es un signo en el tiempo: hermética y recatada en la sombra y alegre y vocinglera en la luz.
Hay ciudades que a la plasticidad de espíritu aúnan la del cuerpo: Morelia es una de ellas.
Morelia es una ciudad plástica en la que conviven, con similar intensidad, las voces remotas y profundas de la historia, los acentos inconfundibles del arte y el deseo invertebrado de ser lengua de todos y boca de nadie.
En el riel de la historia su singularidad y grandeza son asunto aparte, porque los nacidos aquí han sido una gota de luz en el tiempo: Morelos, Iturbide y otros, pero los hijos adoptivos, los avecindados y los visitantes ilustres le han dado a la ciudad el toque de una magia y un carisma que hacen de Morelia una ciudad incomparable, por lo menos frente a otras ciudades coloniales que dieron fuerza al sueño peninsular allende el océano.
Los que momentáneamente vivieron o fugazmente pasaron por la ciudad de la cantera rosa, son la pulpa del prestigio y renombre de Morelia como ciudad señorial: Vasco de Quiroga, Fray Antonio de San Miguel Iglesias, Fray Jacobo Daciano, Alexandr Von Humboldt, Hidalgo, Ignacio López Rayón, Josefa Ortiz de Domínguez, Mariano Matamoros, Melchor Ocampo, Cecilio García y tantos otros que abarrotan los pasadizos de la memoria.
Lo que hace que una ciudad sea plástica, como muchas sobre las que escribió Ramón Xirau y otras que describió con gran nitidez Ítalo Calvino, es esa elasticidad interior con que adoptan o participan de una gran diversidad de narrativas y discursos, sin perder su propia fisonomía.
Intelectualmente Morelia ha sido una ciudad cosmopolita, y una de las más visitadas del mundo por los brazos de la pasión con que recibe y aloja a los quijotes del arte y la cultura que andan por el mundo intentando “dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”.
En el riel del arte y la literatura Morelia ha sido un areópago con ágoras en el subconsciente colectivo, lo cual se refleja en la talla de algunos de sus visitantes: Maturino Gilberti, Alfredo Mallefert, María Zambrano, Pablo Neruda, Alfonso Reyes, Porfirio Barba Jacob, Rómulo Gallegos, Romano Picutti, Octavio Paz, José Revueltas, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Humberto Eco, Efraín Bartolomé, Marco Antonio Campos, Pavel Grushkó, Juan Bañuelos y otros que si algo tenían o tienen es hambre de mundo.
Se recuerda poco en el polvo de la desmemoria, pero uno de los compositores más prolíficos y magistrales que ha dado Morelia a México es Jesús “Chucho” Monge, al que le han seguido, como tizón encendido del luminoso fulgor lírico de nuestra tierra, Juan Gabriel (Parácuaro), Martín Urieta (Chumbítaro, Huetamo) y Marco Antonio Solís (Ario de Rosales).
Si Morelia es una hebra del corrido michoacano, si Pablo Neruda condensó la belleza de nuestra ciudad en la afortunada metáfora “los párpados rosados de Morelia” y si Felipe Arriaga vio en la Catedral el talle escultural de una “joya tarasca y castiza”, es porque en Morelia confluyen ríos de identidad e historia.
Charles Baudelaire, el gran poeta francés, decía que “la ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal”. Él, que conoció las costuras de París zurciendo e hilvanando versos, inventó el verbo “flanear” para llamar de algún modo sus paseos por la ciudad. Morelia no es París y aquí los paseos por sus calles consisten en “dar el rol” o, en su defecto, en “maderear”, que a su modo condensa la belleza del habla urbana de una generación.
Hábil equilibrista entre el frío y el calor, el aire en reposo y los ventarrones revueltos y agitados, la moderación y el exceso y la tradición y la modernidad, Morelia trae del fondo de la historia el temple de una ciudad indomable y del presente un sosiego que puede ser aire sereno o antesala de un grito para rasgar las fiebres del aire.
Morelia es una ciudad plástica no sólo por el orifánfalo, el reholófero, la escultura en piedra y bronce, el canto y la danza, sino porque es capaz de hacer cohabitar en su entraña, con la misma fuerza e intensidad, el riel de la tradición y el de la modernidad.
La ciudad es una escritura de enigmas en el tono aurealuz de la tarde, que a veces se resuelve en nostalgia y en ocasiones en poesía en su afán de detener el curso del tiempo.
Las ciudades son historia, pero también algo más que historia. Morelia es una ciudad atada a la tierra, pero con voluntad de vuelo.
Pisapapeles
Esto puede decirse de Morelia y de cualquier otra ciudad: una ciudad cuatro veces centenaria no es vieja sino antigua.
leglezquin@yahoo.com