Poesía por otros medios
Por Jesús Silva-Herzog Márquez
La prosa es la continuación de la poesía por otros medios. Lo decía Joseph Brodsky pensando en los ensayos de Marina Tsvietáieva pero no se quedaba en su ejemplo. La prosa es, históricamente, derivación del canto poético. En el principio fue la poesía. La maestra, la fuente de todas las literaturas. Habría que advertir que, en asuntos de arte, el disidente ruso no era un demócrata. Miraba los otros géneros por debajo del hombro. En el trono de las letras se sentaba, sin competencia alguna, el poeta. Debajo de él, los novelistas, los dramaturgos, los cuentistas. La poesía no es un entretenimiento, dijo alguna vez. No es siquiera un arte. “La poesía es nuestra finalidad como especie. Si lo que nos distingue del resto del reino animal es el habla, entonces la poesía como la forma superior del habla es nuestra diferencia genética”. No había forma de equiparar el genio de la poesía con los prosaicos oficios de la novela. Y, sin embargo, bien sabía Brodsky que cuando el poeta incursionaba en la prosa podía elevarla hasta sus alturas.
¿Qué le enseña la poesía al ensayo?, preguntaba Brodsky. El poeta tiene una báscula que nadie más tiene. Sólo él sabe que cada palabra tiene un peso único, que cada sílaba tiene una voz irrepetible. El poeta le ordena también al prosista omitir lo obvio y cuidarse de los peligros de la grandilocuencia. Lo invita siempre a rendir tributo a la música. El oído es el órgano de la escritura. Brodsky tenía claro que el trato no era recíproco. La prosa muy poco tiene que enseñarle a los poetas. Tal vez un buen novelista puede invitarnos a prestar atención al lenguaje común, a registrar las palabras de la calle. Pero en realidad la lección auténtica está en otro lado. Un poeta puede sacar más provecho escuchando un cuarteto de Haydn que leyendo Dostoievski.