26 abril, 2022

La sombra del caudillo y la vigencia de sus representaciones

La sombra del caudillo y la vigencia de sus representaciones

 

Luis Alfonso Martínez Montaño

 

Martín Luis Guzmán[1] (1887-1976) fue un personaje multifacético: intelectual, redactor, crítico de cine, miembro de la clase política, con los claroscuros que ello implica, y escritor destacado de la corriente denominada “novela de la Revolución”. Añado una faceta más, a saber, en 1913 participó en el movimiento revolucionario del norte con los constitucionalistas. Durante esa estancia con el ejército se vincula con los miembros de la clase militar y política del país,[2] hombres que fueron plasmados en retratos famosos y vivaces, a decir de la crítica Margo Glantz, y que integran El águila y la serpiente (1928).

Asimismo, tras la caída de Victoriano Huerta brotaron diversas facciones entre los revolucionarios; el rompimiento entre Carranza y Villa lo impele a elegir la facción villista, por ello el primero ordena encarcelar al escritor en 1914. Posteriormente, recobra la libertad por medio de la Convención de Aguascalientes. No obstante, los dictados férreos de lealtad para con el gobierno de la Convención provocan que Guzmán decida expatriarse temporalmente, en Estados Unidos y luego en Europa, desde 1914 hasta 1920.

Durante el periodo de 1922 a 1924 fungió como diputado al Congreso de la Unión, pero al apoyar el levantamiento delahuertista que fue derrotado, se ve obligado a marchar al exilio en España de 1924 a 1936. Al poco tiempo de su retorno a México, en 1936,[3] Guzmán se integró a la vida política del país ocupando diversos puestos, fue senador en los años setenta, escribió otras obras, por ejemplo, Memorias de Pancho Villa y obtuvo varios reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura en 1958.

Después de este breve recorrido biográfico, me centraré un poco en La sombra del caudillo (1929) para plantear una pregunta obvia, pero necesaria: ¿qué le otorga a esta novela ese carácter de imprescindible en la literatura mexicana? Al respecto, se pueden señalar inicialmente dos rasgos distintivos: la ficcionalización de la Historia y la crítica implacable tanto a la demagogia y a la corrupción que dominaban a la clase posrevolucionaria como a la dictadura personal del caudillo.[4]

Asimismo, la hechura de la novela obedece a una reacción literaria, según Adalbert Dessau, producida por los asesinatos de los generales Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez en 1927. Por un lado, Azuela escribió El camarada Pantoja con el fin de plasmar la impresión que le produjeron esos crímenes; por otro lado, Guzmán modificó su proyecto de escribir una trilogía sobre los cambios sociales de México,[5] pues al tener noticia de los asesinatos inició con el segundo tomo de la trilogía: La sombra del caudillo, libro que se editó en Madrid en 1929 y que se publicó en México hasta 1938.

La demora en la publicación del libro, dentro del país, permite señalar otra característica más, es decir, la novela se convirtió en una obra maldita para el poder,[6] pues su aparición inquietó y enfadó a más de uno de la clase gobernante, entre ellos al caudillo de carne y hueso, el cual quiso censurar la obra. De hecho, el propio Guzmán cuenta, en una entrevista, al crítico Emmanuel Carballo que Plutarco Elías Calles quiso prohibir la circulación de la novela. Sin embargo, Genaro Estrada convenció a este de que no lo hiciera valiéndose de dos argumentos: el primero, la prohibición iba en contra de las libertades constitucionales y, el segundo, el veto de la obra aumentaría la circulación de la misma. En vista de lo anterior el gobierno y la empresa Espasa-Calpe acordaron que no se expulsaría a ningún representante de la editorial ibérica por su “atrevimiento”, pero esta se comprometía a no publicar un libro de Guzmán cuyo asunto fuera posterior a 1910, por ello el novelista se dedicó a escribir obras ambientadas en épocas pasadas como Mina el mozo, Filadelfia, paraíso de conspiradores y Piratas y corsarios, posteriormente, Guzmán retoma los temas revolucionarios con Memorias de Pancho Villa; cuya primera edición apareció en 1938. [7]

Ahora bien, retomo la cuestión inicial y enfocaré la respuesta a lo meramente literario. La sombra del caudillo destaca en un principio porque en el título de la novela el término sombra, que conlleva lo oscuro, lo fantasmal o lo aparente, remite a ese ejercicio inflexible y silencioso del poder político; un poder que John S. Brushwood califica como algo sobrenatural y omnipresente. Asimismo, la obra constituye una precisa visión un tanto tenebrosa de un episodio posrevolucionario cuya composición novelesca, según juzga José Luis Martínez, es más franca.

Para los lectores que se adentran en la novela no pasan inadvertidos los siguientes aspectos: la buena configuración del relato, el estilo y los recursos narrativos que dan vida a pasajes inolvidables, por ejemplo, el momento en que la voz narrativa emparenta la mirada del caudillo con la de una fiera:

El Caudillo tenía unos soberbios ojos de tigre, ojos cuyos reflejos dorados hacían juego con el desorden, algo tempestuoso, de su bigote gris. Pero si fijaban su mirada en Aguirre, nunca faltaba en ellos (no había faltado ni durante las hora críticas de los combates) la expresión suave del afecto. Aguirre estaba ya acostumbrado a que el Caudillo lo mirara así, y ponía en eso tal emoción que acaso de allí nacieran, más que de cualquier otra cosa, los sentimientos de devoción inquebrantable que lo ligaba [sic] con su jefe. Con todo, esta vez notó que sus palabras, mencionado apenas el tema de las elecciones, dejaban suspensa en el Caudillo la mirada de costumbre. Al contestar él, sólo quedaron en sus ojos los espurios resplandores de lo irónico; se hizo la opacidad de lo impenetrable.[8]

 

En este pasaje se capta una de las virtudes del escritor chihuahuense, es decir, la gran habilidad para captar una imagen y trasladarla a la prosa, en otras palabras hacer un retrato; cualidad que no pasó por alto Max Aub quien afirmó en cierta ocasión que Guzmán “es a la novela de la Revolución Mexicana lo que pudo ser Velázquez a la pintura española. Sus personajes secundarios se recortan y agrandan pintados con la misma seguridad que deforma a los protagonistas del gran retablo”.

Aun cabe precisar que Francisco Monterde señaló en su momento que la prosa del autor chihuahuense es una herramienta a su servicio que le permite lograr un cierto nivel de maestría “con el cual supera, en muchos aspectos, a la mayoría de sus contemporáneos e iguala a los miembros del grupo en que está situado. Ese instrumento […] permite a Martín Luis Guzmán expresar lo que desea, con tal perfección que los lectores pueden fácilmente imaginar lo que describe, como si estuviera ante sus ojos”.[9]  

Estimo que esa habilidad para retratar del escritor se nutre, hasta cierto punto, de sus vivencias en plena época revolucionaria; esa experiencia de primera mano le da una pátina verídica a su relato. En este orden de ideas, la narración “[…] parece mostrar un reflejo de lo que el escritor experimenta al comparar el ejército al que perteneció su padre, en la fase final de la dictadura de Díaz, con el estado lamentable que presentaba en los años que evoca en La sombra del Caudillo”.[10]  

Y vale la pena señalar el gran trabajo de Guzmán con el lenguaje, pues en la novela en cuestión tiene la capacidad de lograr que su prosa alcance registros líricos, para corroborarlo conviene evocar ese instante climático en el que Aguirre, héroe luminoso para Margo Glantz, se desploma después de recibir un balazo: “Aguirre no había esbozado el movimiento más leve; había esperado la bala en absoluta quietud. Y tuvo de ello conciencia tan clara, que en aquella fracción de instante se admiró a sí mismo y se sintió —solo ante el panorama, visto en fugaz pensamiento, de toda su vida revolucionaria y política— lavado de sus flaquezas. Cayó, porque así lo quiso, con la dignidad con que otros se levantan” (303).

Me atrevo a sugerir que ese intenso lirismo, exceso de pasión dirían algunos, se explica en cierto sentido por la fidelidad de Guzmán a una muy personal convicción que no duda en confesarle a Carballo: “Ningún hecho, ningún valor adquiere todas sus proporciones, hasta que se les da, exaltándolos la forma literaria”; pareciese como si el escritor declarara su poética de creación.

El apasionamiento del novelista lo advierten tanto los lectores como el cineasta Julio Bracho, quien dirigió una película, basándose en la obra del autor chihuahuense, que cargó durante mucho tiempo con una suerte de maldición, me refiero al filme La sombra del caudillo.

Aclaro que la película de Bracho solamente se estrenó en una función privada el 17 de junio de 1960, después el filme, con la anuencia del entonces secretario de gobernación, fue llevado al Festival de Cine de Karlovy Vary, Checoslovaquia, donde se hizo acreedora a un premio especial. No obstante, una noche antes de su exhibición comercial la película del director duranguense fue vetada y se proyectaría en México 30 años después.[11]

Corre el rumor de que la “inteligencia militar”, oxímoron un tanto irónico, prohibió la exhibición del filme, pues alegó que la película ofrecía una visión falsa de la historia y del ejército; como es de suponerse Bracho nunca se recuperó de este golpe, ya que la realización que en apariencia lo encumbraría estuvo a punto de sepultar su carrera.

Más allá de este reprobable episodio de censura, resulta interesante mencionar que la relación de Guzmán con la adaptación de su novela fue distante, al respecto Bracho cuenta que el novelista no intervino en la adaptación de la obra literaria a la pantalla, además explica que los diálogos que remitió al escritor chihuahuense para su corrección no sufrieron gran modificación, ya que Guzmán únicamente se limitó a quitar una que otra coma; de hecho el novelista se mostró complacido con la película, esta actitud parece extraña para alguien que realizó crítica de cine, pero Guzmán tuvo sus razones para no involucrarse en la adaptación.

Y no está de más puntualizar que dicha adaptación acusa la brillantez del director, pues Bracho intuyó con agudeza que el lirismo de la prosa de Guzmán no podía trasladarse al cine. De ahí que el cineasta optara por prescindir de los primeros planos con el fin de centrarse más en los acontecimientos que en la emoción de los personajes.[12]

En este orden de ideas, Bracho elaboró una película con una narración tradicional, deudora de la puesta en escena del teatro, que deseaba retratar lo más fielmente posible ese oscuro interior de la clase gobernante que brotó de la Revolución; el retrato de los militares fue tan ominoso que ellos mismos no soportaron esa representación y enlataron el filme. Huelga decir que el director duranguense al optar por este tipo de narración para su película no revela alguna deficiencia, por el contrario, hace notar una de sus virtudes: sabe cuáles son sus propios alcances y limitaciones.

Para terminar, vale la pena preguntarse ¿La sombra del caudillo como novela y filme, con 93 y 62 años respectivamente, sigue vigente? Considero que sí porque las dos representaciones, obras canónicas con sus particulares discursos, siguen alimentando la memoria histórica —memoria que guarda un vínculo estrecho con esa conciencia revolucionaria que Guzmán  representó por medio del personaje Axkaná— y revelan ese lado oscuro de la política nacional.

En el caso de Guzmán ese lado sombrío tiene una síntesis precisa en voz de uno de sus personajes: “O nosotros le madrugamos bien al Caudillo, decía Olivier, o el Caudillo nos madruga a nosotros: en estos casos triunfan siempre los de la iniciativa. ¿Qué pasa cuando dos tiradores andan acechándose pistola en mano? El que primero dispara primero mata. Pues bien, la política de México, política de pistola, sólo conjuga un verbo, madrugar” (282). Mientras que Bracho actualiza, con su película, ese lado opaco de la política que a fines de la década de los sesenta haría ver su faz más terrible con la masacre de Tlatelolco.   

Asimismo, considero que ambas obras son vigentes porque seguirán abriendo nuevos derroteros, como bien señala la crítica, que van a ser recorridos por noveles generaciones de escritores y creadores fílmicos. En este orden de ideas, Guerra en el paraíso (1991), de Carlos Montemayor, y La ley de Herodes (1999), del cineasta Luis Estrada, son buenos ejemplos de ello.


[1] Hijo del coronel homónimo que combatió a los maderistas. 

[2] Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Francisco Villa, Adolfo de la Huerta, José Lucio Blanco y Felipe Ángeles

[3] Asimismo, el escritor Francisco Monterde señala que Guzmán a partir de ese año se dedicó por completo al periodismo. Y después de editar la revista literaria Romance, fundó la revista Tiempo. V. “Prólogo”, en Dos novelas de la revolución.

[4] Álvaro Obregón es el trasunto del caudillo perteneciente al mundo de la ficción.

[5] El propio Monterde precisa que la figura de Azuela y Guzmán contrastan, ya que este último es un escritor bien preparado; terminó la carrera de abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. V. “Prólogo”, en Dos novelas de la revolución.

[6] Dicha valoración la realiza de manera precisa el investigador Gerardo Soriano Ángel en su artículo “La sombra del caudillo: dos discursos para retratar el poder”. V. Tema y variaciones de literatura no. 33.

[7] El escritor Francisco Monterde precisa que Guzmán comenzó a redactar las memorias en 1926, que aparecieron primero en El Universal y luego las reunió en cinco tomos, después de retocarlas, en nuevas ediciones. V. “Prólogo”, en Dos novelas de la revolución.

[8] Martín Luis Guzmán, La sombra del Caudillo, en La novela de la revolución, PROMEXA 1992, p. 193. Para las siguientes citas textuales de la novela solamente se indicará el número de página entre paréntesis en el cuerpo del texto.

[9] Francisco Monterde, Dos novelas de la revolución, SEP-UNAM, 1982, p. 118.

 

[10] Francisco Monterde, ibid., p. 119.

[11] Resulta importante mencionar que una versión restaurada de la película se proyectó en diciembre de 2021 como parte del programa de la penúltima Muestra Internacional de Cine (la edición no. 70). Fue loable la exhibición, pues el público cinéfilo tuvo la posibilidad de disfrutar de una obra indispensable del cine mexicano.

[12] Aspecto que apunta el investigador Gerardo Soriano Ángel.

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