5 julio, 2023

Raúl Casamadrid: mayo mayoritario

mayo mayoritario

El poemario ganador del “Primer Concurso de Literatura para la diáspora mexicana”, de Camila de la Parra, está compuesto por cinco estancias: “Ausencia”, “Sabores”, “Océano Pacífico”, “Mamacita” e “Irse”.

Pese a su brevedad, se trata de un poema mayor, pues refracta con su lírica la experiencia del viaje, de la sobriedad, del crecimiento, de la huída, del alejamiento, de la fuga y del retorno –quizás– en el sentido maldito de la poética lopezvelardiana y de Rimbaud.

Lo primero que hay que resaltar de este texto es su factura moderna, cotidiana, directa, transparente y sin imposiciones ni atajos; inmediatamente, debe valorarse la calidad poética explícita de su género: desde hace tiempo se terminó la poesía –así, a secas– para pasar a construirse la poesía con género, más completa. Si antes la voz poética era siempre masculina, con el tiempo ella se hizo dual, y abarcó ambos géneros. Luego, algunos poemas coquetearon con la multiplicidad transgénica, binaria, queer y bisexual; pero aquí, la poesía es femenina. Se trata de la voz de una mujer joven; tan joven como la juventud dorada (o gris) de todas las mujeres que han existido; y, tan actual como la narrativa de las mujeres contemporáneas: de la tercera edad, de las mujeres hechas y derechas y, también, ¿por que no?, de las nuevas mujeres que apenas dejaron atrás su adolescencia.

Esta voz femenina y poética no es una voz personal o única; aunque, sí, es auténtica: la voz que construye estos poemas está formada por una cantidad de voces multiplicadas al infinito; y que tienen, a su favor, la frescura de su veracidad y la metafísica de su tiempo, de sus principios, de sus causas y sus propiedades primeras.

Ora es limpia y constrictora en su claridad telegráfica, y ora es –también– altisonante, elevada y con la sonoridad que caracteriza al lenguaje juvenil. Sí, una voz nueva pero no inmadura: una voz fuerte y puntual, que nos comunica de forma telegráfica y telepática; igual a como resulta la comunicación de las nuevas generaciones al través de las redes y los medios digitales.

La claridad expresiva de la autora no es fruto, tampoco, de una moda o de una forma vanguardista de comunicación; al contrario: se trata de un lenguaje pulido que se esmera en ocultar su propia profundidad, en aras de brindar al lector, el flujo de un toque casual, aunque con una pesada e imponente liviandad, paradójica en el contenido de sus textos.

Estamos frente a la poesía de la expresividad, de la certidumbre y de la lluvia; poemas que dejan una marca suave pero persistente y que hacen crecer al lector. Si los poemas fueron los reyes de la literatura desde siempre, a partir de los Ensayos de Michel de Montaige la ecuación se fue, paulatinamente, modificando. Creció, primero, la narrativa; y, luego, la varia invención. Y aunque hasta mediados del siglo XX la poesía, perdurable y duradera, prevaleció, ahora es, precisamente, el ensayo y la narrativa breve –brevísima e incandescente– las que marcan el derrotero de la literatura.

Desde las últimas dos décadas del siglo pasado y hasta el día de hoy, la poesía se ha convertido en un proyecto imposible, en una forma utópica de comunicación. La mayor parte de las veces el poema es abortado por vicios: disipaciones, corrupciones y extravíos que no son tanto atribuibles a los autores del poema contemporáneo, sino a la propia imposibilidad de comunicarse, poéticamente, de una forma metaforica o métrica, ni rítmica y –salvo en las canciones populares y el rap– tampoco con rima.

Hoy hablamos y nos comunicamos, espasmódiocamente, de una manera casi gutural, a gritos, a señas; y por medio de redes digitales que no son tanto sociales –sino, por el contario, asociales–: como el Twitter; el FB, Tik-tok, WhatsApp o YouTube. Las virtualidades se han apropiado de nuestros canales de comunicación. Si para Marshall McLuhan, en su aldea global, “el medio es el mensaje”, para nuestas nuevas generaciones es el grito (muchas veces incomprensibe) la llamada de atención; el gesto gutural y lo que brota de las entrañas de la inmediatez es mucho más explícito que el pensamiento.

La poesía de Camila de la Parra, en su obra Entre reinas y frijoles dulces, sirve para revitalizar no solo al lenguaje sino a su contenido. Formalmente, el poema comparte una historia de vida; pero, poéticamente, “plasma el dolor de dejar su país, las añoranzas que experimentó y lo que se necesita para salir adelante, trabajar y adaptarse a una nueva cultura”.

Sabemos –y esto es medular en el poema– que vivimos en un país de migrantes, y que compartir la diáspora es parte de nuestra cultura comunitaria. Entre reinas y frijoles dulces no sólo plasma percepciones, concepciones y valoraciones desde la visión de un entorno migrante que desarrollada su identidad bicultural, sino que se arraiga a una tierra sin oportunidades; árida, pero aún querible:

 

Mi madre envía fotos

Que me reinventan la cara

de separación.

 

Estamos de acuerdo: no existe nada tan fuerte como una imagen; pero, en una fotografía, la imagen actual toma ese aspecto sepia de lo que ya no es, de lo perdido: la madre, al desear hacerse presente, se convierte en lo contrario: en una ausencia que no borra la sonrisa feliz paralizada estática en la imagen de lo que fue, de lo que ya no será nunca más.

 

No son las ganas

sino las agallas necesarias

para crear un mole

las que nos delatan:

 

Lo que sorprende no es el chile picante ni el aroma de la tortilla que se tuesta sobre el comal, sino la pérdida de lo cotidiano: la imposibilidad de la permanencia y el cambio inescrutable que implica el deseo del regreso al confort de habitar ese lugar “en donde uno es”, y que ya no está:

 

Agilizo mis cafeínas, mis precesos, mis listas

pero mi cuerpo sin luz es comatoso

 

No existe un lugar en donde nuestro cuerpo deje de ser “nuestro cuerpo”: pero Ixtapa y Vallarta sobreviven en la inmediatez de sus playas. El sol, la arena y el mar que, al contacto con nuestra piel, borran cualquier identidad: esas mañanas saladas de mango, limón, jugo de toronja y piña colada: ¿en qué se han convertido? Londres no es frío por estar lejos del Pacífico: el frío está en mí.

 

¿A dónde vas tan guapa?

 

¿A dónde voy a ir, si en el retrovisor me comes y huyo?

En ese espejo, los sueños son de antier; y hay que irse, porque en ningún lugar puedo empezar a parir, aunque me parta en dos:

 

Hoy –confusión

ser y no

ser

mezclar el exilio heredado

con el propio

hacer de la piel vieja un abrigo

fusionarse

desnudarse

reformarse hasta cuajar.

 

Y, en la vidriera de un aparador en Oxford Street aparece un abrigo blanco como la nieve, bellísimo, igualito el que usaban Janis y Amy; tienta en el fondo de la pequeña bolsita y gasta hasta el último penique para envolverse en él.

Hacía frío.

 


Raúl Casamadrid

Ciudad de Morelia

Tres de julio de 2023

 

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