28 diciembre, 2022

Leopoldo González: La ministra debe irse

La ministra Yasmín Esquivel, candidata de López Obrador para dirigir la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), fue exhibida por Guillermo Sheridan en un artículo, publicado hace días en LatinUS, como tesista incapaz de hacer una tesis y plagiaria de una tesis ajena.

Sheridan, académico prestigiado e intachable de la UNAM, integrante del grupo intelectual de Octavio Paz y quien forma parte ahora del equipo intelectual de Enrique Krauze, hizo un cotejo de las tesis de Báez Gutiérrez (1986) y de Esquivel Mossa (1987), y de ahí resultó lo que ya sabemos: que la ministra Esquivel, esposa del gran amigo e importante contratista del gobierno federal, no debería ser ministra ni aspirar a dirigir a la Suprema Corte.

Sheridan, quien según Peniley Ramírez se ha vuelto una especie de Cazafantasma de plagiarios en México, al escribir el artículo “La Ministra pasante…” ejecutó una jugada billarística de esas que la jerga llama “de tabla y tres bandas”, pues desbarató el teatrito que traía entre manos el presidente para imponer a una incondicional en la Corte, exhibió a la ministra como gente de muy escasas luces para temas que deberían ser su especialidad, desnudó a la asesora de tesis como prototipo de mal copista o zar del reciclaje y obligó a nuestra querida UNAM a investigar y a pronunciarse sobre el asunto.

Tocar llagas y pústulas puede ser un oficio no muy grato para el crítico y el intelectual, porque implica remover cloacas y gangrenas enquistadas; pero hacerlo -como lo hizo Sheridan- implica tener cierta autoridad moral y un alto compromiso con la causa de la verdad en la vida pública del país.

El fondo de todo esto es algo muy sencillo: el presidente lo quiere controlar todo para darle a su proyecto un aire transexenal que aún no tiene; ya controla a la mayoría de los organismos autónomos de nuestro país mediante la intimidación, la cooptación y el “maiceo”, pero no le es suficiente; la reforma constitucional en materia electoral que habría de permitirle capturar al INE y poner el control de las elecciones en sus manos, se le cayó en pocas horas, en gran parte por el golpe a la conciencia pública que significó la marcha ciudadana del 13 de noviembre.

Siendo comprensivos con el presidente, debemos reconocer los esfuerzos inauditos que hace por demostrar que es un demócrata. Sin embargo, la realidad y los datos fríos no necesitan mucho esfuerzo: basta asomarse a su retórica, a su actitud y a sus procedimientos para saber en qué momento se está frente al perfil de un autócrata.

Puede decirse que la jugada presidencial con Yasmín Esquivel, al margen de lo ilegal e  inmoral que resulta meter las manos en la sucesión de un poder autónomo, es obvia: imponer a Yasmín Esquivel en la Suprema Corte como candidata del presidente, no sólo le daría a López Obrador el control de la Corte, sino que aseguraría la aprobación en la sala y el Pleno de una reforma electoral secundaria contraria a la constitución, sin la cual Morena y la 4T no tienen garantizado el triunfo en las elecciones de 2024.

A la luz de estos antecedentes, puede verse con más claridad el turbio y retorcido interés presidencial por meter la mano en una elección que no le corresponde, intentando imponer como presidenta de la Corte a una ministra que le tome la llamada, siga sus instrucciones al pie de la letra, no altere puntos y comas en ningún documento estratégico y le haga el trabajo sucio.

Como puede verse, aquí la cuestión propagandística no es ponerse a revisar si hay misoginia y discriminación hacia la mujer, sino atajar la secuela de trampas y maldades, del más alto nivel, que pretende adueñarse del máximo tribunal constitucional del país.

El presidente, experto en tensar la liga del verbo y el adjetivo, fue más lejos cuando afirmó que “los del conservadurismo y los tranzas” son los que golpean a la ministra. El único problema con semejantes afirmaciones es que el presidente las hizo sin verse mucho en el espejo.

En el colmo de la airada reacción y, una vez más, dejándose llevar por los resortes oscuros de la visceralidad, el presidente llegó al extremo de la inverecundia y el anatema cuando se quejó, amargamente, “del gran daño que le han hecho a México los Krauze, los Sheridan y otros”, que no han tenido remilgos -según él- en el inmenso daño que han causado al país.

En esta materia, quizás porque no investiga antes de hablar o por falta de asesores, el presidente no hace con sus dichos sino homenajear sus equivocaciones de siempre, puesto que no le hace daño a un país quien le abre los ojos, quien lo ilustra en el estudio y la lectura y lo encamina por sendas de razón, sino aquel que desea mantener a su propio pueblo en las nieblas de la ignorancia y con la venda en los ojos, esperando perpetuar su dominio más allá de los límites impuestos por la ley, que es lo que realmente se busca al intentar manipular la elección de ministro-presidente de la Suprema Corte.

La ministra en apuros, si aún le queda un ápice de dignidad, debería separarse del cargo ipso facto, renunciar a sus aspiraciones y disculparse ante la nación por tanta estafa cometida en su carrera judicial.

El presidente, por su parte, haría bien en tocar tierra, que mucha falta le hace.


Pisapapeles

Poco antes de concluir estas notas, según el periódico Reforma, “Confirma la UNAM plagio de tesis”.

leglezquin@yahoo.com

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