22 febrero, 2022

Leopoldo González: Los demonios de la cólera

Pelear, simplemente por pelear o “nomás porque sí”, es deporte enfermizo o estrategia de gobierno de un presidente de la República que no sabe hacer otra cosa que pelear.

Algo en su interior, que quizás la neurología o la psiquiatría un día revelen y expliquen, lo conduce diariamente a buscar no la concordia sino el ajuste de cuentas, no la armonía sino la discordia entre mexicanos, no la unidad de todos en torno a un destino común sino el enfrentamiento y la polarización.

Esto le ha funcionado porque -ave de tempestades- perfiles como el suyo son burbuja en el caos que ellos mismos atizan, pieza de la célebre fórmula maquiavélica “divide y vencerás”, monigote del conocido refrán popular: “A río revuelto, ganancia de pe(s)cadores”.

Profesional en el arte de marear con “labia” a las masas y en el no menos excepcional de tensar la liga, su fortaleza radica en lo que ni Polibio ni Gracián recomendarían al príncipe o al jefe de Estado para mantener la cohesión del reino.

En los primeros cien días de su administración salieron algunos empresarios del ala crítica de la IP y la Arquidiócesis Primada de México, a decir que en 100 días habían visto mucha confrontación y crispación con algunos sectores en el país, y que sería muy recomendable que los usufructuarios del poder le bajasen dos rayitas a su rijosidad, y de paso otras dos a su encono y a su odio. No le bajaron. Le subieron.

En este sentido, el síndrome de Gabino Barrera, aquél que no entendía razones andando en la borrachera (de poder), de pronto se ha vuelto el principal aviso de una patología preocupante en la 4T y el distintivo de ciudadanos e individuos reacios a entender y a asimilar razones.

Sin darse cuenta, de unos años a esta parte México amaneció al peor de los mundos posibles, en el que lo mentecato y testarudo son antivalores al alza.

Esto, en un escuincle o un imberbe no pasaría de un mal rato en los aposentos familiares, o de un pleitecillo en la cuadra que con un escarmiento y la sabia y oportuna ternura de la madre tendría arreglo.

Pero la Presidencia de la República no es cualquier casa, y ahí, salvo la presencia del hijo menor de la pareja presidencial, el que manda no es ni de lejos un escuincle ni un imberbe.

Los enojos del presidente de la República le salen muy caros al país, no sólo porque entorpecen un juicio que debería ser el más sereno y ponderado de la República, sino porque cada berrinche presidencial aflora en él el peor de sus enconos y esto lo lleva a decisiones ilógicas y a apostar por la antilógica: a veces barbaridades en estado puro y a veces puras barbaridades.

Un mal humor mañanero o una bilis en materia energética, pueden terminar endeudando más a PEMEX o haciendo perder a México su calificación crediticia.

Una actitud pendenciera con el sector industrial o empresarial, puede conducir -como ya lo ha hecho- a que estos sectores pierdan millones de dólares en inversiones y su crédito e imagen internacional disminuyan.

Ya ni hablemos de la “camorra” que se armó en redes sociales porque el juez Juan Pablo Gómez Fierro le puso límites y un alto a los excesos del presidente; tampoco de la quijada tensa y endurecida que hizo reaccionar al gobierno frente al INE, sólo porque este le ha marcado el alto en varios asuntos, incluidas la revocación de mandato y la “cargada” de los gobernadores en apoyo a Andrés López; mucho menos del pleito declarado contra Oxxo, Bimbo, Wallmart y los empresarios que no juegan en la cancha de la 4T.

Es decir, no es buen augurio ni una señal digna de aplauso que el titular del Ejecutivo amanezca y anochezca con la ira incontinente y la espada desenvainada, sólo porque cada vez encuentra más resistencias para imponer sus caprichos.

Los mejores temperamentos para gobernar -lo sabían Confucio, Polibio, Gracián y Maquiavelo- son los que tienen moderación y templanza, mecanismos de autocontrol, cultura y sabiduría para dar soporte a sus decisiones, firmeza para mantener el timón y juicio sereno para tomar resoluciones acertadas.

Lo otro es gobernar al “a´í se va”, según los “pálpitos” del corazón o a tontas y a locas, como ocurre hoy y de lo cual abundan las evidencias.

Lo otro es también hacer como que se gobierna mientras se destruye a un país.


Pisapapeles

Nunca como ahora, la definición de Voltaire es tan aplicable: “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”. Tan actual como hace dos siglos.

leglezquin@yahoo.com

  

 

 

     

      

 

  

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