15 diciembre, 2019

Policentrismo político: Leopoldo González

Policentrismo político

Por Leopoldo González

El estilo personal de gobernar de Andrés Manuel lleva al país, pese a que algunos incautos y fanáticos aún no lo advierten, al callejón del absolutismo presidencial.

El cambio de régimen que se había prometido en campaña terminó en engaño, porque indicaba que la ruta sería desazolvar las tuberías del sistema de relaciones políticas y abrir un proceso de autentificación de la democracia, pero lo que se ha hecho es imponer el dogmatismo ideológico de Morena y desplegar las velas de un hiperpresidencialismo político en la vida pública del país.

Cambiar el régimen para mejorar su funcionamiento, consolidar y profundizar la cultura democrática en todos los sentidos y hacer que las instituciones den los resultados que deben, habría sido una apuesta de grandes dimensiones históricas para la Cuarta Transformación. Pero no se tiene madera, visión ni estatura para ello.

Ahí donde una visión rinconera de la economía, la política, la cultura y la sociedad, ha invadido como un tóxico casi todas las costuras de la vida pública del país, poco se puede hacer. Lo que sí se puede es cortar de tajo el experimento, con métodos civilizados e incruentos, antes de que los costos del deterioro sean mayores. 

Desde sus primeros días en el ejercicio del poder, el presidente Andrés López ha decidido, sin diagnósticos serios ni métodos rigurosos, encabezar un Gobierno Santa Claus en el centro de un Estado Clientelar, para hacer de la dádiva asistencial de hoy el ejército electoral y popular de mañana, para consolidar y prolongar los pilares de la dictadura populista que se prepara para México.

Algunos todavía hoy no lo conciben y otros aún no lo entienden, pero hacia allá se mueve el país. Que conste que aquí, desde hace meses, se ha publicado una reiterada advertencia a tiempo en este sentido. 

El hecho de que López Obrador se proponga como el centro de todo afán gubernamental, como el necio mayor, el nervio verbal, el músculo mediático, la vértebra de la imagen, el eje de cualquier decisión y el único con capacidad de iniciativa en el gobierno, no sólo lo vuelve peligroso para un país como el nuestro, con una amplia tradición democrática: lo retrata, además, como el profeta inflexible de sí mismo, al que un día el poder le parecerá pequeño e irá por más.

Varios analistas, lo mismo económicos que políticos y jurídicos, viendo cómo fueron forjados los puntos de sustentación de la telaraña populista en América Latina y cómo le  pavimenta el camino el actual gobierno, han advertido el riesgo de que México llegue a ser un eslabón más: el experimento-espejo de los dictados del Foro Social de Sao Paulo -ahora con sede itinerante en Puebla- en su afán de someter, mediatizar y controlar a los países de la región.

El exministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Elisur Arteaga, prestigiado estudioso y autor de innumerables textos de derecho constitucional, quien incluso llegó a ser asesor del ahora Primer Mandatario en 2006-2007, tras señalar diversas contradicciones y varios actos de inconstitucionalidad en el actual gobierno (Proceso No. 2248), exclama con preocupación: López Obrador es el tipo de presidente al que “si la ley le ayuda, la respeta; si no, la cambia; si le obstaculiza, la ignora. Si considera que lo que hay no le basta, entonces cambia la Constitución”. 

Elisur Arteaga, autor de “Crónica de Edipo” y de “La Constitución Mexicana comentada por Maquiavelo”, no solamente sostiene que Andrés López encamina al Estado mexicano a ser “absolutista, totalitario y demagógico”; también advierte que al reformar el artículo 19 de la Carta Magna y establecer restricciones a la libertad provisional dentro de un proceso penal, “se consolida, constitucionalmente, un Estado totalitario”.

Es decir que, en el primer año de gobierno, López Obrador no sólo no ha autentificado ni fortalecido la vida y la cultura democrática en el país, sino que, por el contrario, ha revitalizado la vieja tentación que rige la historia de México: la de hacer de un personalismo político -con un poder desmesurado y facultades metaconstitucionales- la metáfora de un regreso imaginario de Quetzalcóatl a cobrar dos afrentas históricas: las facturas pendientes de La Conquista que desplazó al cacique gordo de Cempoala y el deseo popular de venganza frente al paradigma neoliberal.

Si a lo anterior se suma el renacimiento, presente en dirigentes y funcionarios de Morena, de cierta nostalgia por recuperar el fascismo de izquierda que caracterizó a Lenin y Stalin, se entenderá la legítima preocupación de los sectores más informados e ilustrados del país por la noche populista que, en las sombras, se urde contra México.

Pisapapeles

Los que condenan de dientes para afuera las dictaduras, son los mismos que en el fondo están de acuerdo con la dictadura, siempre y cuando el beneficiario de la misma sean ellos.

leglezquin@yahoo.com  

   

 

   

 

 

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