Carta de estética sobre la maldad humana
En nuestra próxima clase veremos a uno de los genios indudables de la historia del arte: Francisco de Goya, quien tuvo dos grandes vertientes temáticas que se expresan, por un lado, en la crítica puntual a los vicios y las lacras de las sociedades; y, por el otro, en la exaltación de la creatividad y vitalidad propia de nuestra especie, una faceta amable que tendríamos que cultivar todos los días por medio de una educación esmerada y persistente que busque domeñar la faz oscura y coadyuve al florecimiento del rostro luminoso propio de nuestra compleja condición humana.
A propósito de la maldad humana –esa modalidad dolorosa recreada con virtuosismo estético por Goya en su obra-, aquí en México recientemente hemos asistido a una oprobiosa demostración de lo que significa el horror; me refiero al secuestro y el asesinato masivo de los estudiantes de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero, una masacre a la que hipócritamente aún se le menciona, a un año de distancia, como si fuera un caso de desaparecidos, cuando en realidad y por desgracia se trata de una burda y cruel matanza. En esta tragedia colectiva la responsabilidad y complicidad es múltiple: a) La coparticipación de autoridades estatales y municipales en los hechos delictivos; b) La responsabilidad de varios partidos políticos y líderes connotados de la izquierda al permitir el acceso electoral de los narco-políticos al poder municipal; c) La colaboración directa y tácita de la sociedad civil al adaptarse convenencieramente al micro estado fallido en Iguala y Cocula (los expertos de la CIDH, pasmados, relatan en su informe cómo los pobladores de Iguala, asistentes a una verbena popular aquella fatídica noche, atestiguaron el enfrentamiento entre los estudiantes y las policías en pleno centro de la ciudad y, sin embargo, prefirieron seguir su festejo como si nada pasara); d) La injustificable omisión del gobierno federal y el Ejército ante las pruebas incontrovertibles de que existían en la región narco-municipios con no pocos años de operación y graves delitos en su cuenta; e) El involucramiento de los directivos y de algunos estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en los negocios y en las disputas entre las mafias de la región, un tema tabú para el propio gobierno y para todos aquellos que por diversos motivos (profesan un antigobiernismo fanático, detestan a Peña Nieto, enarbolan un proyecto revolucionario marxista-leninista, simpatizan con las causas populares “políticamente correctas”, etc.), se niegan a visualizar el conjunto de aristas de este funesto suceso político-criminal ocurrido en septiembre de 2014.
A fin de tener mayores elementos de juicio que vayan más allá de los planteamientos maniqueos: esos que apuntan a un supuesto “crimen de estado” y aquellos que desean exculpar las inadmisibles omisiones de los gobiernos estatal y federal, les anexo dos archivos adjuntos con datos actuales y algunas preguntas que pretenden contribuir a un debate intelectual de altura.
- La crítica estética coincide en la tesis de que el arte moderno nace con Goya, particularmente si se alude a la serie negra de la Quinta del Sordo y a los dibujos y grabados donde el artista hace una crónica despiadada de los vicios, las lacras, los envilecimientos, las supersticiones, las obsesiones y demás taras de los seres sociales. Esta magistral radiografía sociológica a través del arte no se circunscribe al ámbito español, sino que abarca al conjunto de las culturas y comunidades que conforman el devenir histórico de la humanidad.
En virtud de que sufrió en carne propia las sangrientas disputas entre liberales y conservadores, la intervención napoleónica, la guerra de Independencia, la debacle militar de los Bonaparte, la Restauración borbónica, el exilio de sus amigos ilustrados, la persecución inquisitorial (acusado de obsceno por pintar La maja desnuda), y la hostilidad y las censuras que lo llevaron al final de su vida a refugiarse en Burdeos, Goya sabía bien lo que significaba la maldad.
Y para retratar la maldad no había mejor medio que recurrir a un estilo que subvirtiera las pautas estéticas realistas y clasicistas, propios de su época; se requería, por consiguiente, de una nueva esté-tica sustentada en una pincelada libre, un intenso colorido, un sentimiento hondo, un temple furibundo, un ánimo satírico, una visión desmitificadora y una lucidez crítica capaz de atreverse a desentrañar la “parte maldita” que anida en cada individuo y en todo pueblo. Asuntos como el prejuicio, el fanatismo, el servilismo, la estulticia, la rapacería, la lujuria, la cobardía, la traición, el sadismo y el masoquismo de la gente quedaron magistralmente recreados por Goya en esas Alegorías, Caprichos y Disparates que muestran esa faz turbia y oprobiosa que llevamos a cuestas los seres humanos.
Lamentablemente, dichas manías y pecados han existido y seguirán existiendo aun a pesar de la amenaza del infierno, y no obstante las advertencias de castigo (cárcel, pena de muerte, sanciones económicas) que promueven los aparatos judiciales contemporáneos. El chancro de la deformación espiritual se expande por doquier: los pecadores vuelven a pecar, los criminales reinciden y la trapacería ocurre diariamente y en el seno de las más sagradas instituciones públicas y privadas. La tentación a incurrir en el mal se acentúa en las sociedades donde prolifera el materialismo y el individualismo posesivo, y ya ni la culpa ni el remordimiento brotan cuando las personas actúan con vileza o prepotencia. Por si fuera poco, a nuestras recurrentes guerritas con nuestros vecinos y parientes, por celos, avaricia, codicia y envidia, tenemos que agregarle el infierno de crueldad cotidiana que nos imponen las mafias criminales.
Proclives como somos a caer víctimas de los odios y los resentimientos, cabe preguntar si algún día la especie en su conjunto o algún pueblo en particular podrá mejorar sus lazos de convivencia prohijando la paz y la concordia. Goya, quien fue un conspicuo heredero de la Ilustración, hubiera dicho que sí, que mediante una buena educación claro que sería posible tener relaciones sociales más civilizadas y virtuosas. Pero en sus obras, las cuales tendremos el gusto de analizar en nuestra próxima clase, el pintor aragonés nos ofrece una respuesta pesimista. En el más famoso de sus Caprichos se nos advierte que los sueños de la razón, incluso cuando resplandecen de bondad y filantropía, también producen monstruos. La prueba más contundente del fatalismo goyesco está plasmada en la imagen aterradora de Saturno devorando a sus hijos. Se trata de la recreación alegórica de un acontecimiento harto conocido: el poder que domeña, que aspira a lo absoluto y que termina en delirio.
El viernes por la noche, cuando horrorizado veía por televisión la masacre terrorista del Estado Islámico en París, me pregunté cómo podría relacionar dicho acto demencial con la vida y obra de Gustave Courbet. Hoy domingo, la respuesta me parece relativamente sencilla: además de ser francés, el pintor no sólo se educó gracias a la riqueza específica del arte y la cultura europeas, sino que también personifica el espíritu crítico en su dimensión más libertaria, un talante rebelde y autónomo que se ha convertido en una de las características de la sociedad contemporánea más odiada por el integrismo musulmán que perpetró la funesta matanza en la capital gala.
GUSTAVE COURBET: LA TRANSGRESIÓN COMO DESTINO
En esta era globalizada y ciberespacial donde las nuevas tecnologías igual sirven para conseguir avances civilizatorios o generar destrucción por parte de la narcodelincuencia y de las sectas fanáticas, y con motivo de los acontecimientos funestos en la Ciudad Luz, se vuelve indispensable allegarse de más elementos de juicio para así poder entender los retos sociales y políticos que se ciernen sobre el mundo debido a las amenazas terroristas. El siguiente listado de consideraciones sociológicas busca enriquecer el análisis de la coyuntura política internacional, y tiene como propósito demostrar la imposibilidad de justificar con argumentos –sean étnicos, religiosos, sociales o políticos- los sucesos trágicos del viernes 13 de noviembre en París.
1- Desde tiempos de Hitler, la humanidad no había tenido un enemigo común como lo es ahora el Estado Islámico, grupo yihadista de filiación sunita que pretende imponer por la vía militar un califato a los pueblos musulmanes del Medio Oriente y África. Se trata de un gobierno de facto sustentado en la aplicación de Ley Islámica ortodoxa, conformado por unos 30 mil combatientes fanáticos que operan en amplias zonas de Siria e Irak y con fuerte presencia en Libia, Yemen y Nigeria, el cual acata la voluntad dictatorial de su líder máximo, Abu Bakr al-Baghdadi, y que recurre, por un lado, al sometimiento de los infieles (musulmanes chiitas, cristianos, kurdos, budistas, ateos), asesinándolos si no adoptan el islamismo radical como dogma religioso; y, por el otro, a la violencia criminal (tráfico de drogas, secuestros, extorciones, robos, trata de personas) como un medio para obtener los recursos financieros que fortalezcan su misión de erradicar la cultura democrática occidental de la faz de la Tierra.
2- Las prácticas totalitarias del el Estado Islámico se caracterizan: por el exterminio en masa de su propio pueblo (la mayoría de sus atentados terroristas los hacen en contra de los musulmanes chiitas), por la “guerra santa” contra los países aliados de Occidente y por la devastación tanto de los templos católicos y las sinagogas judías como de los santuarios artísticos cuyos tesoros arqueológicos son saqueados y puestos a la venta en el mercado negro (particularmente dolorosa fue la destrucción de las ruinas de Palmira, en Siria). Al tal grado el Estado Islámico incurre en una violencia rayana en la locura (decapitaciones, violaciones tumultuosas, quemar vivos a sus presos) que sus otrora aliados, los combatientes de Al Qaeda, ya rompieron su alianza política con el califato. La dimensión sangrienta, alevosa y cobarde de los atentados de París ha llevado a la comunidad internacional, desde los principales líderes musulmanes y judíos, pasando por el papa Francisco y los gobiernos de China y Rusia, y hasta los grupos guerrilleros palestinos, a coincidir en la condena firme del siniestro acto terrorista en París.
3- Lo ocurrido en la historia pasada de la humanidad: el imperialismo, el colonialismo, los genocidios, las guerras mundiales, etc., con sus millones de explotados, torturados, esclavizados y muertos, no constituye un argumento válido para intentar justificar las masacres y las violaciones de los derechos humanos en los tiempos actuales. Además de que enarbolar el victimismo y el revanchismo no abona a la solución de ningún problema sociopolítico en el presente, también debe precisarse, para no caer en la trampa de la doble moral, que la mayoría de las sociedades importantes (sean orientales u occidentales, indígenas o mestizas, Roma, España, los Aztecas o los Árabes) alguna vez fueron dominantes o dominadas y, por ello, también actuaron con prepotencia frente a los sometidos o fueron humillados por los conquistadores. Por nefastos que hayan sido ciertos gobernantes en alguna época determinada, debe recordarse que así como en cada pueblo hay masas dóciles y enajenadas que acatan órdenes injustas e irracionales, igualmente existen personas y grupos que se niegan a obedecer, que se rebelan y que cuestionan dichas arbitrariedades. Así entonces, hacer generalizaciones ahistóricas es tan contraproducente como pensar y actuar atenazados por un resentimiento patológico.
4- En los regímenes democráticos (tan odiados y vilipendiados por los islamistas ortodoxos) resulta comprensible que algunos de los que viven en la indigencia y en la marginación social reaccionen visceralmente contra el estado y hasta se alegren de la masacre ocurrida en París. Lo que en cambio parece difícil de asimilar es que también personas de clase media, que gozan de derechos sociales y libertades individuales (entre ellas: la de disentir y criticar lo que les venga en gana o participar políticamente como anarquistas y radicales anti-sistema), igualmente manifiesten simpatía por un Estado Islámico que, de expandirse por doquier, acabaría de inmediato con ellos.
5- Luego de los recientes atentados terroristas del Estado Islámico en Líbano, París y contra el avión ruso, la comunidad internacional ya no tendrá otro camino que ponerse de acuerdo sobre el destino del dictador sirio, Bashar al-Asad, pues sólo así se podrá llevar a buen puerto los acuerdos logrados en Viena hace unos cuantos días en torno a la convocatoria a elecciones libres en Siria, con vigilancia de la ONU. Desde una perspectiva de realpolitik, me temo que para liquidar la amenaza que representa el Estado Islámico no bastarán los bombardeos aéreos. El despliegue de tropas sobre el terreno se hará necesario. El contexto actual en nada se parece a la invasión de Irak por los halcones del Pentágono en la nefasta era de los Bush, quienes utilizaron mentiras y creyeron ilusamente que su invasión sería un paseo militar. Ahora existe una causa justa y común: erradicar la peor amenaza totalitaria del siglo XXI.
- Ningún artista representa mejor a la Francia revolucionaria, con sus gestas insurreccionales de 1830, 1848 y 1871, que el gran pintor Gustave Courbet (1819-1877), líder indiscutible de la nueva escuela realista que liquidó los últimos vestigios del academicismo neoclasicista y del Romanticismo, estilos artísticos hegemónicos en Europa durante la primera mitad del siglo xix. En efecto, un espíritu de rebeldía indómita caracteriza a este talentosísimo maestro francés, oriundo del Franco Condado, al cual estudiaremos con enorme deleite en nuestra próxima clase.
Veamos de qué tamaño es ese frenesí incoercible de Gustave: a) en tanto que fervoroso republicano simpatiza con las jornadas de junio que derrocan al rey Luis Felipe; b) en su papel de intelectual antimonárquico participa activamente tanto en las barricadas que destronan a Napoleón III, así como en el nuevo gobierno de la Comuna de París –efímera experiencia política que le inspiraría a Marx su modelo comunista sustentado en la autogestión, la democracia directa y el igualitarismo–, en donde funge como ministro de Bellas Artes; c) en su dimensión de artista subvierte la manera tradicional de concebir las artes plásticas, al conferirle legitimidad estética a los temas escabrosos y vulgares, al presentar en gran formato escenas de la vida cotidiana (un entierro familiar, el trabajo en un banco de piedra, un convivio campestre, etc.), donde jamás aparecen héroes o dioses olímpicos, ni tampoco los personajes célebres de las élites, sino sólo gente común y corriente: principalmente campesinos, obreros y habitantes sencillos de la provincia; y d) en cuanto a su personalidad dada a la extravagancia y la desfachatez, se vanagloria de ser antipático, vanidoso, prepotente y buscador de escándalos: la única satisfacción que podría resultarle superior a recibir la condecoración de la Legión de Honor sería darse el lujo de rechazarla, y es justo lo que hace, abofetear con su desprecio al emperador.
A diferencia de Camille Corot –alma noble que busca la paz espiritual para trabajar más y mejor con sus pinceles–, Courbet no anhela el cariño de sus colegas, y mucho menos tranquilidad alguna. Su misión en esta vida tiene la doble encomienda de liquidar el antiguo régimen y erigirse como el artista más importante de su tiempo. Desdichadamente para él, a la postre paga el precio de su osadía: una vez derrotada la Comuna de París (1871), se le acusa de haber permitido la destrucción de monumentos históricos, razón por la cual es obligado a desembolsar una cuantiosa indemnización y a purgar pena carcelaria de seis meses. Al no poder liquidar su deuda, huye a Suiza donde pasará sus últimos y calamitosos años, asediado por la depresión, la miseria y la decrepitud.
De todos sus arrebatos temperamentales, el más sorprendente (aún ahora, cuando por doquier vivimos infestados de pornografía) es la manera originalísima e irreverente de mostrar sus desnudos femeninos. Las modelos de Courbet resplandecen con toda la carga erótica que les brinda su condición de cuerpos recreados pictóricamente sin velos, mitos o prejuicios. Nada se interpone, pues, entre la mirada del espectador y la sensualidad de esas carnes donde todavía se advierte el ígneo rubor de la piel. Por primera vez en la historia del arte occidental, un pintor retrata sin pudor y en primer plano al sexo femenino. La visibilidad contundente de la vulva, la espesura del vello púbico y la apertura sin inhibiciones de las piernas de la mujer recostada, hacen que el cuadro El origen del mundo (1866) constituya uno de los hitos del largo y progresivo proceso de reivindicación de la sexualidad humana como un acto natural, lúdico y gozoso, que no sólo no debe estar limitado por ningún reglamento u ordenamiento político o religioso, sino que únicamente tiene que responder a la libre voluntad tanto de los amantes como de los individuos que busquen explayar las potencialidades diversas e infinitas del erotismo.
Y si Courbet despliega en este cuadro su proverbial ánimo provocador, también es verdad que en otros momentos sabe cómo ser sutil y encantador. En El sueño, por ejemplo, a través de la imagen dulce de dos bellas muchachas que plácidamente yacen abrazadas y dormitando, el pintor consigue rendirle un merecido culto a los re confortantes efluvios del amor consumado.