Elena Garro detrás del espejo
Por Leopoldo González
Elena Garro, la escritora nacida el 11 de diciembre de 1916 en la ciudad de Puebla, a unas cuadras de la Biblioteca Palafoxiana, es un nombre y un apellido que proveen la materia prima suficiente para intentar un perfil humano, para llenar una copa de silencios por los aportes y la originalidad de su obra, pero, asimismo, para perfilar un boceto que encienda las lúcidas contradicciones de un ser que hizo de la literatura un método de liberación interior.
En un siglo como el XX, en el que no le faltó intensidad y oficio a la vida y a la obra de las más grandes escritoras mexicanas, la vida y la obra de Elena Garro destacan por su intensidad, su genialidad, su perseverancia y oficio, pero también por los acentos de drama y tragedia que enmarcan su apuesta estética y existencial.
Elena Garro es un gran espejo cóncavo en tercera dimensión, o un espejo múltiple buscando las frondas de la imagen más allá de sí misma, pero es mucho más que eso: es una familia de gatos que prolongan el alter ego de su dueña; es el recuerdo enamorado del poeta luminoso que se le fue de las manos; es un cigarro que siluetea con humo el fuego y la noche del tiempo, y es, también, una mujer que renunció a serlo para ser sombra: la sombra amante, la sombra invisible, la sombra acechante, la sombra desdichada, la sombra errante, la sombra latente de Octavio Paz.
La mujer de piel y entraña, de cartílago y sangre detrás de la autora dramática, no sólo anticipa con Los recuerdos del porvenir (la novela poética más excepcional que se haya escrito en México después de Pedro Páramo) el boom de la literatura latinoamericana; es, también -con una multitud de personajes que son ella tras bambalinas- la autora de 16 obras de teatro que la sitúan como precursora del realismo mágico en el ámbito teatral; como eco encarnado de la Revolución, es la autora de Revolucionarios mexicanos, el volumen en el que comparte su idea de la Revolución Mexicana y reivindica las figuras de los revolucionarios que creyeron en ideas y en ideales, más que en el poder mismo. Esto explica su identificación emocional e ideológica con el militar revolucionario Felipe Ángeles y con Francisco I. Madero.
Tuvo que ser otra mujer escritora -también poblana- Ángeles Mastretta (1949), nacida 33 años después que ella, la que esculpiera en una frase rotunda, precisa y luminosa el perfil de Elena Garro y de tantas otras: “Le tocó ser mujer y anda por la vida corriendo tras el destino de otros”. En efecto, ciertas formas de otredad pueblan las obsesiones temáticas y marcan la escritura y los sueños de la narradora y dramaturga poblana, pero no en busca de un humanismo de comunión con el otro, sino en busca de asideros y certezas a la altura de su angustia existencial, en pos de esperanzas ciertas y referentes sólidos que lleven calor y seguridad a su alma atribulada.
Se supone que una mujer no debe desarrollar callosidades en la piel ni en el alma, porque es antifemenino y antiestético; pero, además, porque es de mal gusto para la cultura que una mujer tenga en sus manos o en su alma los signos, las llagas y los arañazos que la naturaleza -en su sabiduría profunda- reserva en exclusiva al universo de los varones. Sin embargo, desde que nació a la vida y luego a la escritura, Elena Garro fue desarrollando el callo existencial y estético de su propia sombra, sus amores, sus personajes narrativos y teatrales y su vida, de un modo que marcó toda su obra con las llagas del sufrimiento y el dolor. Tal vez por ello, Estela Leñero asevera que en cada obra que escribía, Elena Garro recurría a “diversos espejos, metáforas, alegorías o historias, mediante las cuales pudiera expresar su yo más profundo”.
Si en los escritores en general, no puede separarse su vida de su obra sin incurrir en el riesgo de consumar una especie de amputación espiritual, esto es más trágicamente cierto en el caso de Elena Garro, una escritora que al enigma, a las torturas, a la intensidad y al dramatismo de su propio vivir agregó los de sus personajes -reales y de ficción-, en los que vio reflejada una proyección múltiple de su ser en conflicto.
No obstante, a esta escritora, que según la especialista Mihaela Comsa “oscila entre el genio y la locura, la generosidad y la avaricia, la pulcritud y el descuido”, un día se le comenzaron a vaciar de vida los pulmones y el corazón, y empezó a llenársele el alma de un gran silencio interrogante.
La mujer llama y luz que escribió con un tono y una trama magistrales Los recuerdos del porvenir, comenzó a ser presa de los demonios y fantasmas de su pasado; la mujer que escribió Un hogar sólido, una de sus obras teatrales más celebradas, hizo de su propio libreto una especie de contraepígrafe existencial; la mujer que hizo de la lucha feminista y de las causas sociales de su tiempo su segunda piel, se fue quedando sin piel y sin causas sociales que defender; la mujer indómita que probó el exilio por más de veinte años en EU, España y Francia, de pronto se quedó solamente con el exilio de su debilidad y su penumbra interior.
Si Jorge Luis Borges consideró a Elena Garro una de las más grandes autoras de la literatura fantástica, y si, para la crítica, con la sola publicación de Los recuerdos del porvenir Garro ocupa un lugar en el Olimpo literario, lo que esta autora aportó a la narrativa y a la dramaturgia mexicana nos hablan de un ser luminoso en las nieblas del tiempo, de una intelectual que se creció a sus torturas interiores para heredarnos un mundo mejor que el que le tocó vivir, de un espíritu rebelde a todas las formas de oscuridad que conoció el siglo XX mexicano.
Un aspecto poco conocido y menos valorado en la herencia intelectual de Elena Garro, es el temple crítico de su obra periodística y la singular agudeza de sus análisis políticos, recogidos y publicados en el volumen El asesinato de Elena Garro, donde puede advertirse a una autora de armas tomar, a una mujer que hizo pública su solidaridad intelectual con Regis Debray (el intelectual francés secuestrado por el totalitarismo de izquierda en Bolivia, en 1965) y a una escritora que hizo del lenguaje un instrumento para iluminar el mundo y dejarlo más habitable.
Andando el tiempo, tras su retorno del exilio, Elena Garro se convirtió en una sombra -mejor dicho, en la metáfora luminosa de una sombra-: la sombra que ella construyó de sí misma, de su pasado y de sus múltiples personajes narrativos y teatrales, hasta que falleció en la ciudad de Cuernavaca, de un cáncer de pulmón, el mismo año en que falleció el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz.
Desde entonces, pese a que sigue habiendo gente a la que se le cargan más las nieblas del vivir y del mundo, Elena Garro no es ya un celaje de oscuridad ni un dolor de ser, sino un signo de luz: un hogar sólido en ese más allá en el que un abrazo cósmico borra las fronteras y las huellas de lo humano.