19 agosto, 2017

El Mito del Extranjero: César D. Armenta

El Mito del Extranjero

Por César D. Armenta

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”.

Con este párrafo Camus inicia El Extranjero, una de sus obras por demás conocidas. Hoy a 100 años de su nacimiento, este párrafo con el que abre su celebrada obra, es un testimonio viviente de la constancia y perpetuidad de su pensamiento. Un sello devastador que demuestra que la esencia humana continúa y continuará siendo víctima de su propio absurdo.

Me parece que hoy, precisamente, en el aniversario de su onomástico, de su centenario, es que Camus se encuentra pícaramente vigente en nuestra vida diaria. Está en el comercial de las pastillas reductoras de grasa, en las filas de gente en las tiendas departamentales que ansiosas esperan por comprar ropa, teléfonos y demás gadgets; está detrás de los burócratas que salen a altas horas de la noche por sus apretadas agendas; incluso está detrás de aquellas personas que compran ropa para sus mascotas y pagan sus impuestos. Camus está allí, presente en lo que él mismo definiría “la sensibilidad absurda que puede encontrarse dispersa en el siglo”.

Siempre me impresionó la abrasadora y acertada forma en que Camus dibuja al ser humano. Desde la primera vez que abrí La Caída y me senté en el “Mexico-City” para escuchar a Jean-Baptiste Clamence, hasta El Mito de Sísifo y la máxima de “la inutilidad del sufrimiento” (último libro que he leído de él al momento), he sido víctima fiel y constante de las redes irónicas, y hasta cierto punto obscuras de este existencialista.

El mundo también continúa siendo víctima fiel de esas redes, del propio Mersault y su tierna indiferencia del mundo. Su juicio se reproduce en los asesinos en serie que nos “regala” la televisión, nos recuerda que de todos modos alguien siempre es un poco culpable, que la muerte sea consumada por otros o por uno mismo, es el acto en el que confesamos que la vida nos sobrepasa o no la entendemos. También en los interminables debates de los reality shows, en los cuales se les demanda a los desdichados pecadores e irresponsables que esta vida exige sentir y preocuparse. Nos recuerda que cada uno de nosotros vivimos “cegados por el sol” y nos apetece de vez en cuando asesinar a nuestro guardarropa con cinco tiros seguidos por considerarse molestamente fuera de moda.

A riesgo de sonar apocalíptico (en la acepción Econiana del término), podría decir que Camus el cumpleañero de hoy, es el molesto mosquito que con sus alas y zumbido ensordece la existencia humana y la pinta con un color blanco-negro. Es la brevedad de este pequeño fragmento, mi regalo a su memoria:

Sentados a la mesa, la razón conversa con la razón ciega. En tono acalorado la razón dice:

  • También la inteligencia me dice, por lo tanto, a su manera, que este mundo es absurdo.

La razón ciega, aspirando una bocanada de humo de su cigarrillo, contesta:

  • Todo está claro, el mundo no es absurdo. No hay paradoja alguna entre la paz, el sueño del corazón o los renunciamientos morales.

Golpeando la mesa con su puño, la razón sentencia:

  • ¡Todo lo que se puede decir es que este mundo, en sí mismo, no es razonable!

Me gustaría culminar reconociendo a Camus como el padre del extranjero que todos llevamos dentro, el hechicero del conjuro de la nadería, y el poderoso recuerdo de que esta vida tiene dos desenlaces posibles: uno que se pierde en los ecos del silencio y otro que resuena infinitamente en el universo. El mejor homenaje que podemos hacerle a este maestro es tomar el absurdo como punto de partida en nuestra vida, riamos de nuestra levedad, gocemos de la deliciosa indiferencia del mundo y volvamos a la premisa de que ahora ya es demasiado tarde, siempre será demasiado tarde. ¡Afortunadamente!

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