15 septiembre, 2016

José María Morelos LLAMA QUE PERMANECE: Leopoldo González

José María Morelos

LLAMA QUE PERMANECE

(Historia, mito, símbolo, poesía)

 

Por Leopoldo González

 

Este libro, compuesto por una selección de los poemas que se han escrito y publicado, en el lapso de dos siglos, sobre José María Teclo Morelos Pérez y Pavón y su tiempo, no es una antología ni aspira a ser una summa poética de lo que en este género se ha dicho en torno al caudillo vallisoletano, sino apenas un modesto compendio de la genealogía verbal que ha hecho el trazo poético de la vida y la obra del Siervo de la Nación.

Se escribe frente a un pasado o ante el tierno boceto de un futuro, pero siempre, irrevocablemente, se escribe desde un presente. El tiempo presente es filtro de luz de la historia y entraña de silencios del futuro.

Esta compilación incluye poemas históricos de contenido clásico, épico, elegíaco, pedagógico, lírico, patriótico y social, publicados en la prensa insurgente y en gacetas del siglo XIX; en libros que describen e interpretan la gesta heroica del movimiento de Independencia; en crónicas, antologías, compilaciones y romanceros publicados entre el siglo XIX y el XXI, cuya permanencia se explica por las semillas de fundación de la República contenidas en la palabra, por la fuerza estructurante de los hechos que refieren, por la capacidad de transfigurar la evocación del héroe en poesía, por la necesidad de símbolos esenciales que condensen la historia que forjó las primeras tentativas del sueño de una nación y, en fin, por el hecho de perpetuar la entraña viva que nutrió el despertar y el primer suspiro del México de hoy. Todo lo que nace rompe un mundo de sombras y entra en posesión de un imperio de luz.

La primera copla y el primer poema que se conocen sobre Morelos datan, respectivamente, de 1812 y 1813. La copla apareció, de forma anónima, durante el sitio de Cuautla, donde la gente la entonó al fragor del combate a lo largo de varios días[1]. El primer poema sobre Morelos –que lo es por su rima, sus compases, su ritmo y musicalidad- es de autor anónimo, aparece bajo el título “Canción” en el Correo Americano del Sur, periódico que se publica por órdenes del propio insurgente, y es el que abre la primera parte del libro (Siglo XIX), en la que doce autores –entre ellos, dos anónimos- hacen de la oda, la elegía y la lira costumbrista los instrumentos de un canto que describe glorias, derrotas, victorias y asonadas de luz del movimiento en que Morelos fue jinete de la noche, héroe solar y símbolo transparente de una raza. En la segunda parte (Siglo XX), veintitrés autores de México y el extranjero –en un estilo épico, costumbrista, romántico o modernista- perfilan la dimensión simbólica del prócer, en el cual encuentran un tema de gran actualidad histórica que, al cabo de dos siglos, continúa siendo fuente de ricas sonoridades poéticas y literarias en la cultura nacional. En la tercera y última parte (Siglo XXI), cinco poetas consignan la magia singular con que perciben a Morelos, enlazados por el eco primordial y unitario que dibuja en la historia sus herencias de luz. Los poetas y poemas aquí incluidos no forman un estilo único ni constituyen una tradición en sí mismos, debido a que pertenecen a etapas, generaciones, corrientes y tiempos distintos de la poesía que sobre Morelos se ha escrito dentro y fuera de México. Son, en cambio, la polifonía intermitente de un sueño y de un cantar colectivos: una comunidad de autores y de obras movidos por un mismo tema, de cuyo centro emerge la figura plástica de un héroe manantial: un ícono envuelto en los sortilegios de la escritura que lo nombra, que aún sigue siendo llama, luz vertical de la memoria, cantera inagotable de una savia de libertad.

Si la poesía que se ha escrito en México es una rama de la poesía hispanoamericana, y esta, a su vez, representa una tentativa de ser original y una variante atípica de la poesía moderna en lengua castellana, la que se ha escrito sobre nuestros héroes busca en el pasado los significados ocultos y más puros de la historia. La poesía, sobre todo cuando recoge e ilumina vidas y fragmentos de un ayer histórico, no se propone contar lo ya sabido sino extraer de lo sabido ecos de lo desconocido, descubrir sus contenidos latentes, hacer visible la frontera textual y creativa de las distintas épocas y cantar lo excepcional y sublime de los destinos humanos, en busca de aquello que – visible o inadvertido- da sentido a la historia. Esto es así porque el arte, en su sed de perfección, aspira a ser transparencia.

¿Qué busca el poeta en el misterio de la palabra? Se busca a sí mismo y anda en pos de los otros. ¿Qué es lo que trata de decirnos cuando escribe? Quizás, solamente decirnos, como parte que somos de una identidad histórica y cultual poblada de enigmas, de interrogantes de infinito y de respuestas a las que enmarca un grito mudo. ¿Hay una sed oculta en el que escribe y en el acto de escribir? Es la misma sed de comunión que ha marcado a la poesía y a los poetas de todos los tiempos, unidos por el deseo de que la fraternidad sea la palabra clave de la superación de nuestra soledad original. López Velarde, en un artículo escrito en 1921, veía la realización de un ideal elevado en el hecho de que los mexicanos tuviésemos “una Patria, no histórica ni política, sino íntima”, situada en el tiempo verdadero del yo: en el hueco del corazón, más allá de poses públicas y al margen de la oquedad retórica en boga.

Si el eco verbal es el segundo vuelo de la palabra en su afán de nombrar la realidad, este libro resucita episodios clave de la lucha que entre la madrugada del Grito de Dolores y la firma del Acta de Consumación de la Independencia duró once años y once días. No obstante, quizá sea más exacto emplear el término resonancia histórica, dotado de mayor amplitud y profundidad, para indicar la continuidad de enlaces, tesituras y compases poéticos que dan unidad conceptual y homogeneidad temática a esta compilación. Además de más preciso, el término resonancia histórica está más próximo a lo que Ortega y Gasset denominó sinfronismo: consonancia de conceptos y sensibilidades, o comunión de sentimientos de espíritus a través del tiempo. Por tanto, los vasos comunicantes del eco, la resonancia histórica y el sinfronismo son los que explican las costuras ocultas y visibles de un cantar y un razonar poético en torno a Morelos.

Pocas veces la historia y la poesía habían trabado una relación dialéctica tan luminosa y un juego de espejos tan claro y evidente como el que registran las páginas de esta obra. Si la historia es un ascenso en el espacio y en el tiempo a lo que queremos ser, la poesía es un descenso a nuestro interior: a la patria del corazón en la que rebelión y revelación se dan la mano y mito y profecía se hermanan en la noche de los tiempos. Las claves de una poética de la historia de México están en lo que la muerte fecunda de los héroes pudo crear, en el sueño no exento de contradicciones que forjó el futuro posible de una nación, en el diálogo de las distintas generaciones de mexicanos consigo mismos, en la voluntad de silencio que a veces reprime el grito interior que nos habita y en el conflicto espiritual que supone ser lo que somos.

Los asuntos de la historia no atañen directa, sino tangencialmente, al objeto del presente volumen. Ya muchos autores se han ocupado de la biografía del prócer; de la crónica histórica que recrea las complejidades y debates de aquel tiempo sobre el rumbo y el tono que debía seguir la lucha por la independencia; de las rutas de arriería que abrió o frecuentó el Generalísimo; de las sendas insurgentes en que ondearon las ideas de independencia y libertad; de la evolución ideológica y la progresión cronológica que siguió la lucha entre 1810 y 1821; del ensayo de interpretación en torno al edificio jurídico-político creado por los caudillos culturales del movimiento y, en fin, de todos aquellos actos y sucesos que por su composición, su naturaleza y significado cabían más en los generosos dominios de la crónica y la prosa de reflexión. Pero ningún estudio serio y ninguna compilación en reposo se habían ocupado de rescatar, de reunir, de hilvanar y de recrear, en un volumen con estas características, la poética que produjo el movimiento de independencia.

A veces, la historia es poesía petrificada, como lo muestran la heráldica, la simbología, la nomenclatura y los monumentos que condensan la historia de las ciudades; en ocasiones, es soledad de las almas en busca de un golpe de claridad que haga visible su penoso tránsito por el tiempo; frecuentemente, es la penumbra vaga que anuncia y anticipa el futuro; no pocas veces, es hambre de encarnación de ideas y creencias con las que el hombre ha construido su casa en el tiempo y edificado los pilares de su propio cielo. En tal caso, la poesía no propone nada: sólo recrea la herencia y da a la palabra la posibilidad de nombrar el mundo como obra recién creada; más aún, dota de un ser a lo que no era y es, y confiere un significado a lo que representa una manera única de ser distinto en el mundo. Por ello, esta compilación reivindica en su esencia la tradición del bardo, el poeta de los antiguos celtas que, por dirigirse a su pueblo y hacerle pensar, con frecuencia registró disidencias y desencuentros frente al poder establecido, hasta el punto de que, ya en el siglo IX, se dictaron leyes y normas para regular el oficio.

Para que una poética cifrada en un héroe floreciera, era necesaria la reunión de ciertos elementos objetivos: un paisaje de formas ocultas y de fermentos maduros para el canto; una motivación íntima y cierta plasticidad de espíritu para dar forma verbal a las realidades que necesitan ser dichas; una voluntad creadora para convertir la narración histórica en hecho estético y, desde luego, un héroe con los suficientes atributos para cumplir las funciones de símbolo. Morelos no tuvo tiempo ni vida para llegar a ser un espectador de su propia obra, pero una poética de la sangre se encargó de presenciar por él el paso de los siglos.

Para que el mito en torno al hombre sea posible, la primera condición necesaria es que haya hombre. El hombre capaz de transformarse en héroe no es cualquier hombre, sino sólo aquel que llena de un significado pleno su tiempo y su espacio, hasta el punto de que ese tiempo y ese espacio prolonguen su eco en los sonidos del porvenir. El héroe es un producto cultural de su tiempo: alguien que se ha fundido a su circunstancia histórica hasta encarnarla, sin más ambición que ser cauce y punto de realización de un sueño colectivo. El hombre no se adelanta nunca al mito, porque es el mito –en su sustancia, carácter invertebrado y realidad inasible- el que se adelanta al hombre. El mito es una creación del imaginario histórico y cultural de los pueblos, que a veces recrea y en ocasiones acrisola, pero siempre revela su magia particular y sus pulsaciones más hondas.

En este libro hay ecos de la historia del movimiento de Independencia, pero su objeto no es la historia con minúscula ni con mayúscula, sino algo distinto: vislumbrar, tras el humo y a inmediaciones de la batalla, a la distancia de dos siglos, la poesía que produjo el primer movimiento de afirmación nacional de nuestra historia; hacer el registro de lo que escribieron, cada uno en su momento, los poetas de once generaciones que identifican a Morelos como legatario y constructor de una obra colectiva; reunir, en un solo volumen, lo que en el imaginario de dos siglos fecundó la tempestad luminosa de la Revolución de Independencia y, desde luego, estimular la búsqueda de nuevos datos e indicios desconocidos sobre esa gesta, para darle a lo disperso cierta organicidad y a lo fragmentario la lógica de una coherencia interna. A fin de cuentas, reconstruir la huella de dolor y silencio de un siglo que aún nos interroga desde la sombra muda de sus contrastes, es una tarea inacabada.

Aunque a los mexicanos nos falta superar la imagen de nuestra propia historia como estanque, para instaurar en su lugar la imagen de la historia como manantial, no hemos llegado aún a ese punto de inflexión. Quizás la poesía –quiero decir, una poesía de conciencia- finalmente logre lo que hasta ahora no ha podido una obra literaria ni un estudio sistemático de lo mexicano: construir una lectura abierta y una utilidad distinta de la historia, más allá del ‘encierro simbólico’ que implica la nostalgia del espejo retrovisor y al margen del peso que un sector del país confiere a los sucesivos tiempos mexicanos. Si Justo Sierra llamó a la Constitución de 1857 algo más que “un bello poema”, el sacerdote liberal Agustín Rivera y San Román, en el discurso que pronunció el 6 de octubre de 1910, en la conmemoración del centenario de inicio de la lucha por la Independencia, conocido como “La apoteosis de los héroes”, declaró: “Hidalgo nos bendice, Juárez nos alienta”. Poco importa si el valor que damos a los héroes en el vuelo taciturno de la sangre es, en cada caso, de una profundidad y de una significación distinta. Desde su ser y autonomía, el paisaje del poema trasciende el paisaje histórico.

No hay historia a la que no anime una cultura o, mejor, una genealogía de la cultura. Hoy sabemos, gracias a numerosos estudios sobre el tema, que el héroe, el mito y el símbolo son la clave semiótica esencial para explicar la historia de los pueblos y, a veces, también, la más alta cumbre de su expresión lírica. Más acá de la figura del héroe –hombre de carne y hueso ayer; hoy, aire amotinado del sueño interrumpido de una raza- Morelos encarna la odisea de una nación que aún se busca bajo el radiante esplendor de su pasado y en la muda conciencia interrogante de su presente.

Hay en Morelos un patriotismo de la esperanza y un patriotismo de la desesperación, cuyos acentos fijan las coordenadas de su legado y son los pilares de un canto perdurable. Las rimas de la historia aquí incluidas proyectan y actualizan su sombra tutelar; reavivan y refrescan la leyenda, el mito y el símbolo; dibujan y alumbran los contrastes vitales de un hombre que fue sacerdote liberal, militar autodidacta, ideólogo visionario, osado estratega, caudillo de una sola pieza; por último, son un ejercicio de recuperación de una faceta ignorada del héroe: la de la poética circular e invertebrada que forjó, a través de los siglos, la raíz bicentenaria del canto nocturno de la sangre.

La poética del martirio a que aluden, directa o indirectamente, algunos de los poemas aquí compilados, implica una renuncia que apunta a un algo más allá del individuo y de su circunstancia histórica: un algo que, clavija interior en el centro del ser o sombra aérea en el corazón del instante, crea las condiciones indispensables para la realización de lo único y sublime en la escala de los destinos humanos, capaz de situar al hombre en el punto de intersección de las energías desatadas del cosmos. Sin duda, son muchas las palabras con las que podría definirse el temple heroico, pero quizá la más conmovedora de todas sea la renuncia radical: la renuncia del que no tiene nada y a partir de su renuncia tiene menos, al grado de desposeerse a sí mismo. En el no tenerse más que a sí mismo es donde la poética del martirio cobra sentido: primero, porque la soledad del individuo en la soledad del mundo reviste una condición sagrada; segundo, por lo que hay de liberación trascendente en la ofrenda fecunda de la sangre y, tercero, porque es en la desposesión radical de sí donde el héroe se reconcilia con lo otro y se aproxima a su propia plenitud.

La conmemoración del bicentenario de promulgación de la Constitución de Apatzingán (22 de octubre, 2014), quizás la obra magna de cuantas reconoce la historia a este inspirado arquitecto del Estado Mexicano, y el ya próximo bicentenario del fusilamiento de Morelos (15 de diciembre, 2015) en los llanos de San Cristóbal Ecatepec, brindan la ocasión de que la poesía no sea un remolino de silencios en el marco de estas conmemoraciones.

Todas las creaciones poéticas son sistemas de significación de ida y vuelta, donde el poema despliega su propio universo de voces, signos, silencios, enigmas y sonidos, en busca del lector que complete la faena de su creación. El encuentro entre el poema y el lector abre el compás de una nueva significación: la del sentido y los significados que vierte sobre ese organismo de palabras el lector que camina con él, al lado de él, dentro de él o frente a él, sin más voluntad que dejarse fluir en el vuelo y los confines del poema. Así, la obra que termina no concluye realmente: funda la raíz y el eco de la obra presentida por el lector.

 

México, D. F.,
Octubre de 2014

 

 

[1] De esta copla popular se conocen dos versiones, y ambas figuran en la sección correspondiente de esta compilación. Conviene precisar que el historiador Hug Thomas (El temple liberal, Ed.Tusquets, 2009) cita la que aparece en segundo término en este volumen como la primera y original que se acuñó en el sitio de Cuautla.

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