Angelo Manitta, nació el 3 de febrero de 1955, se licenció en Letras por la Universidad de Catania. Profesor en escuelas secundarias, en 2000 fundó la revista internacional Il Convivio y la Academia homónima. Después de haber dirigido la revista Cultura e Prospettive durante una década fundó en 2018 la revista de profundidad Literatura y Pensamiento y es autor de numerosas publicaciones de ficción, no ficción histórica, no ficción literaria, novelas y poesía; entre ellas: Los bizantinos en el valle de Alcántara (2012) y La batalla de Francavilla (2020); de ficción, La historia corta italiana desde Duecento al Cinquecento (Mursia 2005), Nosotros y el mundo. El cuento italiano de Pirandello en Calvino (Mursia, 2006) y A la sombra de Galatea (2011); de poesía, Big Bang, su obra poética más compleja, un poema en 12 libros y 108 canciones, sobre imitación de modelos clásicos, pero en una interpretación completamente moderna. De ensayos literarios ha publicado, entre otros temas, sobre Giacomo Leopardi, Giosuè Carducci, Giovanni Boccaccio, Dante Alighieri, Antonio Sarao, Giuseppe Prescimone y Antonio Filoteo Omodei. Algunas de sus obras poéticas han sido traducidas al rumano, español, portugués, griego moderno y eslovenio.
Decálogo de la envidia es el último volumen publicado por la escritora michoacana radicada en la Ciudad de México, Leticia Herrera Álvarez, quien desde su infancia ha cultivado la literatura (poesía, cuento, ensayo), sin dejar de lado el teatro y otras manifestaciones artísticas. Cuenta con 27 publicaciones en su haber y una consolidada experiencia cultural a sus espaldas. El tema de esta última publicación, como reza el título, es la envidia, la emoción y el sentimiento expuestos a través de una serie de relatos que tienen a la infancia como un período privilegiado de la existencia humana.
En una primera lectura, uno tiene la impresión de encontrarse frente a unos relatos autobiográficos, pero en realidad no es así: fantasía y realidad se mezclan en el contexto de una búsqueda interior de autoconocimiento y de una mayor conciencia de su propia existencia. Si consultamos un diccionario para entender qué es la envidia, nos da dos definiciones:
1) Enfermedad provocada por la observación de la prosperidad, el bienestar, la satisfacción de los demás, tanto así que se define como uno de los siete pecados capitales.
2) Deseo de poder gozar del mismo bien que poseen los demás, y por el cual hay un vivo y acentuado aprecio.
La lectura de los relatos de Leticia Herrera nos remite a este segundo sentido, ya que los primeros recuerdos de su protagonista (alter ego de sí misma) están en relación con los demás, las hermanas, sobre todo, en una relación continua con el mundo exterior, en un intento de conocer, a través de algunos acontecimientos que despiertan “envidia”, el camino de su existencia. Este sentimiento, de hecho, muestra en la protagonista tanta inocencia y espontaneidad como para hacerlo auténtico. Es una investigación interpretativa que es la clave para entenderse a uno mismo y ser feliz. La envidia por nuestro autor expresa pues mucho más de lo que comúnmente se entiende. Nos devuelve a su verdadera etimología latina que es la de in-video, es decir, de ver dentro, mirar dentro de uno mismo, a través de su decálogo ideal, poniendo en acción lo que Sócrates, el filósofo griego del siglo V. BC, repetía a sus seguidores: conócete a ti mismo. La narración no es, pues, más que una búsqueda interior en un intento de descubrir la propia identidad.
Leticia Herrera, al contar algunos episodios de su infancia, nos permite resaltar cómo la niña puede crecer y madurar a través de la “envidia”. El nacimiento es un día feliz y especial. La recién llegada, después de las dos hermanas mayores, se convierte casi en un muñeco, en un objeto con el que jugar, pero es la alegría lo que las convierte en tales. Todo parece envuelto en un sueño, los gestos cotidianos se convierten en tema narrativo: el padre ausente, la lluvia, el patio, ser el más pequeño frente a los demás, pero sobre todo la relación con los padres, mamá, papá, el cariño, el cuidado, el biberón que se vacía gota a gota, y por lo tanto los distintos descubrimientos.
Uno de los primeros descubrimientos es la noche, la oscuridad, cuando dentro del coche nuevo, la niña descubre de repente el cielo negro iluminado por pequeñas estrellas, o el descubrimiento de los grandes edificios de una ciudad, las puertas de metal, las personas que vienen y van. Pero el primer recuerdo incisivo es el regalo “precioso” de una muñeca, que inmediatamente se abraza, se siente como propia, casi la realización de un inconsciente sentimiento de maternidad, en cuyo gesto los padres juegan un papel esencial: “Papá acercó su mejilla para que lo besara una vez más y mamá me llevó de vuelta a mi cuna. En el camino me removía en sus brazos pues buscaba ir abrazada a mi muñeca. Ella estuvo de acuerdo por un momento y me entregó el estuche, pero, ya en la recámara, luego de haber refrescado mi cuna con sábanas limpias y antes de cubrirme, me quitó de nuevo el estuche con la muñeca dentro y lo depositó sobre el buro”.
El punto de comparación son las hermanas mayores, lo que ya se nota cuando va al jardín de infantes. El hecho traumático de caerse del columpio, si por un lado aparenta una derrota y despierta ese sentimiento de incomodidad hacia otros niños que saben moverse mejor; por otro lado, los cuidados inmediatamente posteriores la hacen sentir el centro de atención. Un claro sentimiento de envidia, en cambio, casi un sentimiento de angustia hacia alguien que tiene algo, surge cuando ve a sus hermanas calzando elegantes botas, que ella no tiene. La esperanza de tenerlos la apacigua, pero el regalo nunca llega y “Yo estaba triste. Los días pasaban y mis botas non llegaban jamás”, pero será en esa coyuntura que su tío José Luis la consuele, haciéndola dar un paseo en bicicleta, que también terminó mal, pero que la ayudó a crecer. En este proceso de maduración, el tío se convierte en un modelo a imitar, una ayuda, se convierte en un amigo para la niña, en realidad su mejor amigo, como se puede ver en el cuento “La casa de los peces”, donde ella se enfrenta a un hecho inesperado, un hecho peligroso, que terminó bien, pero que en todo caso debe guardarse en silencio en una complicidad tácita.
Como bien dice la escritora, “la segunda vez que sentí envidia fue en el momento de encontrar inaccesibles las letras de los cuentos que se alquilaban en la tienda de Parra”. La relación y comparación con los de mayor tamaño es evidente. No saber leer es un momento frustrante para un niño. ¿Entonces lo que hay que hacer? Sencillo. Fingiendo leer de un libro abierto, recorriendo las letras con la mirada hasta el punto que Parra, asombrado, pregunta a sus hermanas: “¿Pero la niña sabe leer?”. Las hermanas contestan que no, pero la pequeña persistió sin desistir en mover lentamente la cabeza, concentrada en su “lectura”.
La envidia también en otros se convierte en la emoción de un proceso de madurez, de crecimiento, como cuando el padrino le da a la niña una moneda y un collar, pero aquí el collar se pierde sin darse cuenta, y ella se queda con la amargura de no tener más algo querido, mientras que con su envidia su hermana Alba no perdió ni su blusa ni su radio, que sin embargo prestó a todos “sin envidia”. Entre los eventos que permiten la maduración y el paso de la niñez a la adolescencia se encuentra el primer beso. Este también es un hecho traumático, una experiencia de “novata”, hecha por envidia, porque otros lo hicieron, pero la maduración del personaje se vuelve completa, esto le hace comprender que “dejé de envidiarlas para descubrir el mundo por mi misma, así gané en estatura algunos centímetros más que ellas y conserven por siempre la moneda de plata que me había regalado el padrino”.
La envidia, por tanto, la buena, ha hecho posible alcanzar una cierta madurez humana, por lo que, si a veces es sofocada por la vergüenza, pues se asocia a la maldad, en cambio emerge del subconsciente de la escritora para sentir su lado positivo. De hecho, se transforma en una preciosa brújula que indica la salida de una existencia que no se comprende y que se considera negativa. Pero la conciencia, en lugar de ocultarlo, lo saca del subconsciente y lo transforma, explotándolo para comprender mejor, al menos desde un punto de vista literario, el viaje humano.
Solo podemos decir gracias a la autora, Leticia Herrera, por permitirnos con su libro viajar con ella a través de nuestra infancia, nuestras envidias, nuestras derrotas a través de su escritura lineal y amena y su carácter entrañable para poder así lograr ese equilibrio que todo ser humano desea.
Herrera Álvarez, Leticia 2021. Decálogo de la envidia, México: 2021, pp. 64.