7 marzo, 2024

La hora de las mujeres

Las mujeres son el núcleo poblacional más grande de México, pero también el que más ha sufrido y se ha preparado para asumir funciones directivas en nuestra sociedad.

Los atributos y las funciones del liderazgo público, histórica y habitualmente reservados a los hombres, hace años experimentan un cambio de paradigma, porque la mujer ha venido creciendo humanamente, desarrollándose profesionalmente, acumulando méritos y rompiendo esquemas, al grado de ocupar junto o frente al hombre el liderazgo de nuestro tiempo.

Los etiquetas y estereotipos que colocaban a la mujer “detrás de un hombre”, en las penumbras de la vida social o en un rincón marginal de la historia, ahora deben ponerse a buen resguardo con honor y entereza tras el fin de la batalla, porque el mundo que amanece es de las mujeres.

Voy a matizar, y lo haré porque en un espíritu libre no caben ni debieran caber afirmaciones absolutas: el mundo que antes fue casi enteramente de los hombres, es hoy un mundo compartido en el que se entrelazan dos visiones, dos sensibilidades, dos inteligencias, dos formas de instalarse en la realidad: la de la mujer y la del hombre.

Una expresión que corrió mucho mundo en el último cuarto de siglo de la centuria pasada, fue la de Gabriel García Márquez: “El machismo se mama”.

Entre el siglo XIX y el XX, hubo una frase que permeó las atmósferas del teatro y la cultura, con la cual se identificaron legiones de hombres, pero que, en mi opinión, no hizo sino recoger y compendiar el machismo radical de la época, con la dosis de ceguera que cabe atribuir a toda forma de radicalismo. La frase es de Moliere: “Las mujeres son animales de cabellos largos e ideas cortas”. La frase de Moliere -admitámoslo- es poco más que perturbadora y demoledora: es lapidaria. Por eso mismo, no creo que estuviese muy cómodo en la feminocracia rampante del siglo XXI: el pobre sería hoy el ciudadano universal del ceño fruncido.

Hace unos cuantos años, previamente a la pandemia de Covid-19, le leí a un filósofo una frase que me desconcertó, y que bien podría ponerle los pelos de punta al dramaturgo Moliere: “El hombre del siglo XXI será mujer”. No hubo contexto, argumentación racional ni justificación metodológica que apoyara el dicho, sino sólo la frase rotunda, directa e inapelable del filósofo. Yo respeto gustos, tendencias e inclinaciones en la materia, pero sigo en la placentera y deleitable celebración de mi ínclita masculinidad.

Simone de Beauvoir, la inspiradora esposa de Jean Paul Sartre, comenzaba su beauvoirismo cuando el filósofo escribió: “Heme aquí curado del socialismo si es que tenía necesidad de curarme de él”.  

El 26 de mayo de 2023, cuando Palacio Nacional ya cargaba los dados y los dedos a favor de la mujer calca de la continuidad, INEGI publicó una encuesta muy reveladora, en la que el 67 por ciento de las y los consultados, es decir 7 de cada 10 mexicanos, veían bien el que una mujer llegase a la Presidencia de la República. Lo curioso es que después de la irrupción de Xóchitl Gálvez, ya INEGI no recuerda ni su propia encuesta.

Las mujeres que han abierto brecha a la hora estelar que ahora viven, son muchas. Al margen de los ámbitos doméstico, laboral, profesional, artístico, académico e intelectual en que han destacado muchas mujeres, su apogeo político de hoy dice mucho sobre lo que han sido su historia y sus sueños. La mujer debe tomar el gobierno de sí misma y empoderar, ante todo, a la mujer: pero no a costa del hombre.

Si los machismos de todo jaez que cruzan la historia se hubieran ahorrado la arbitrariedad y el abuso de obra y pensamiento, el mundo sería profundamente distinto de como es. Soy de la idea de que las culturas y las civilizaciones que perduran, es porque no perdieron o no han perdido el sentido del equilibrio y el balance: entre esos equilibrios y balances está la consideración y la inclusión del otro, sea alto o chaparro, barba cerrada o barbilampiño.

El machismo de los árabes es polarizador, radical y excluyente. La peor noticia que tenemos de él es su dominio por más de 800 años sobre la genética y la cultura española. Tal vez a ello puedan atribuirse los machismos mentales y emocionales que todavía hacen fila entre nosotros. No obstante, la buena noticia del machismo del sable y la cimitarra es que, geopolíticamente, pertenece a un hemisferio que ni nos va ni nos viene.

Lo que sí nos incumbe, y mucho, es la evidencia de que nuestras mujeres han dejado de ser resignadas, dóciles, rinconeras y agachonas, para tomar el destino del país en sus manos.

Yo admiré un tiempo a Rosario Ibarra de Piedra, candidata presidencial del PRT en 1982 y 1988. Le retiré mi admiración en dos momentos: cuando comenzó a hacer de la búsqueda de su hijo desaparecido un acto de lucro y comercio y, segundo, cuando su hija, la actual titular de la CNDH, dejó de proteger los derechos humanos de los mexicanos para convertirse en porrista presidencial. Aún sigo preguntándome en qué recodo de la historia perdió la ubicación y la racionalidad esta gente.

 Cecilia Soto, bajacaliforniana, fue candidata presidencial en 1994, por el “fucurrún”; Patricia Mercado lo fue en 2006, por el Partido de la Rosa; Josefina Vázquez Mota en 2012, por el PAN. Lo que hay ahora todos lo sabemos, y también los riesgos que se corren.


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Bajo protesta de decir verdad me declaro, aquí y ahora, feminista irredento.
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