El movimiento estudiantil del 68 es parte de nuestra memoria, porque en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco se enfrentaron dos tendencias que forman parte del alma de México: las autoritarias y las libertarias.
En aquel momento, hace 55 años, la izquierda estudiantil era depositaria de los sueños libertarios del pueblo de México, en tanto que el acomplejado y paranoico Díaz Ordaz era la peor versión del autoritarismo mexicano de la época, lo cual explica que a los justos y legítimos clamores de la calle y la plaza haya respondido con el Batallón Olimpia, para ahogar en sangre lo que no era sino una demanda popular de apertura y democracia.
Después de Díaz Ordaz, Echeverría es el ogro impresentable del autoritarismo mexicano, aunque con fintas y caretas de abanderado del progresismo y el tercermundismo popular.
Hoy los tiempos han cambiado sobre México, y a la distancia puede verse el uso que ha tenido el 68 para la izquierda y cómo han cambiado los roles del discurso político de aquel tiempo a esta fecha.
Los grillos de la izquierda de azotea y suburbio de aquellos años hoy poseen el poder, con López Obrador a la cabeza, y su mejor homenaje a la tradición libertaria que antes invocaron es negarla y socavarla, porque ahora tienen un gran parecido en el discurso con las “hordas” de Díaz Ordaz y los “halcones” de Luis Echeverría. En este sentido, la izquierda se debe y nos debe una explicación como país, porque en este rubro se anota una traición más a sí misma.
En cambio, los intelectuales del 68 que aún viven son más dignos y congruentes, porque aún forman parte de la tradición libertaria y brindan lo mejor de su pensamiento y prestigio a la academia, la literatura y el debate intelectual.
Las formas y las técnicas con que de hecho se lucra, con las cuales se hace negocio con los caídos y la memoria insurgente del 68, son del más variado signo e incluyen a personajes que primero hicieron de la protesta social un arte de fenicios y luego trastocaron la política y el gobierno en negocio redondo al servicio de sus chequeras.
Los casos quizá emblemáticos son la familia Concheiro, con Luciano el patriarca revolucionario a la cabeza, luego Pablo Gómez que hasta fue pareja de Elvira y finalmente Alejandro Encinas, el subsecretario que no ha logrado resolver el caso Ayotzinapa.
Pablo Gómez Álvarez, por ejemplo, fue legislador por primera vez con la reforma político-electoral de Jesús Reyes Heroles, en la LI legislatura del Congreso de la Unión, y de ahí a la fecha ha sido todo en materia ubrenamental: senador-asambleísta capitalino-diputado otra vez-nuevamente asambleísta-senador otra vez-luego burócrata y de ahí a la fecha un montón de etcéteras, al grado de que podría escribir un libro perturbador: “Manual del perfecto burgués de izquierda”. Hoy es director de la UIF de la Secretaría de Hacienda y mañana podría ser presentado como todo un prohombre de izquierda, faltaba más.
En sus inicios respeté mucho la lucha de Rosario Ibarra de Piedra, aquella mujer que hizo un apostolado de la búsqueda de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, un desaparecido por el poder en los días feos en que no se podía o era una hazaña atreverse a disentir del régimen. Desafortunadamente, doña Rosario también hizo de su búsqueda un tema mercantil, dentro de los usos y costumbres de izquierda. Hoy su hija, Rosario Piedra Ibarra, ombudsman de la 4T, ha llevado a la Comisión Nacional de Derechos Humanos a su peor época, pues no se busca a los desaparecidos de la delincuencia, no se apoya a las madres buscadoras ni se hace justicia a las víctimas. Si la hipocresía de izquierda tiene rostro, este es uno de ellos.
Estos son sólo algunos botones de muestra del camaleonismo o gatopardismo de izquierda, de su insensibilidad y falta de compromiso con la cuestión social. Pero no son todos, ni mucho menos.
Otro lucro muy extendido sobre el 68 (mezcla de golpe al subconsciente y finta propagandística) es el rito anual callejero que recuerda la memoria de los caídos del 2 de octubre, como si se tratase de hacer del trauma el núcleo de una ideología de la quejumbre y la victimización permanentes, pero a destiempo.
En México hace falta exorcizar los demonios y fantasmas del 68, y los del 10 de junio del 71, como condición para superar emocionalmente uno de nuestros pasados incómodos, que además no ayuda a tener claridad sobre los desafíos del presente. Tener buena retención y una memoria privilegiada no es criticable: lo criticable es no disponerse a reparar y a dar mantenimiento a la memoria histórica, en momentos en que la mejor psicoterapia es el olvido.
Erigir un muro de las lamentaciones sobre los desaparecidos y muertos del pasado, en instantes en que no se tiene la mínima sensibilidad para atender y dar cause institucional a los desaparecidos, muertos y víctimas colaterales del presente, es un acto de cínico escapismo cuando no de fariseísmo gubernamental.
Muchas más ideas se quedan en el tintero, pero ya habrá otra ocasión para airearlas, ventilarlas, exponerlas y debatirlas. Por supuesto.
Pisapapeles
Lo mejor de 1968 es que en ese año nació El Tri, de Alex Lora.
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