2 febrero, 2016

Una realidad difícil

    Una entidad federativa como Michoacán cabe en varias perspectivas de análisis: la crítica, la no tan crítica, la idílica y alguna otra que pueda ser útil para documentar la verdad de lo que ha ocurrido entre nosotros. Si Michoacán tiene solución, eso tendrá que demostrarse no sólo en el discurso, sino en el liderazgo basado en la acción y en la entrega de resultados concretos a la socia dad.

Por Leopoldo González

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    Michoacán, en casi todo el tiempo transcurrido del siglo XXI, ha padecido toda clase de desventuras, contradicciones, plagas, desaciertos, infortunios y realidades ominosas, que en cada nueva decisión o giro de tuerca tienden a multiplicarse o a agravarse.

    La realidad del estado se volvió tan difícil e irrespirable, tan complicada e inhabitable por el colapso institucional, por la corrupción burocrática, la inseguridad creciente, la economía sniestrada y el espacio público sin orden y a la deriva, que no es aventurado afirmar que en cada centímetro del paisaje social no quedó lugar pa
a la esperanza. El aire se despobló de certezas y la sociedad comenzó a ser una sociedad de ilusiones marchitas.

    Cada intento aislado por recomponer una parte de la realidad o por “desfacer” o enderezar los “entuertos” dejados por casi tres lustros de malos y aún pésimos gobiernos, es la mejor evidencia de que lo peor de nuestra clase política no terminó con lo poco que nos quedaba como sociedad: el ánimo de seguir adelante, el esfuerzo por seguir creyendo que todo algún día podía ser diferente, el temple para no dejarse doblar por la adversidad recurrente y cierto optimismo social orientado a superar pruebas y desafíos.

    Es cierto que otras entidades federativas y otras regiones del país viven realidades parecidas a las nuestras: políticas públicas extraviadas, delincuencia organizada, poderes fácticos a granel, subcultura social alimañezca, sectarismo ideológico, sindicalismo parasitario, ruina económico-financiera, falta de crecimiento económico y demás. Nuestra diferencia frente a aquellas realidades es que allá han vivido una parte de estos males y malformaciones tan sólo durante algún tiempo, mientras en Michoacán las realidades funestas han recargado sus filos y se han conjugado durante casi tres lustros, con la agravante de que nuestros círculos de maldad e infortunio acentúan su persistencia más allá de todo sentido común y de toda lógica.

    Los principales problemas de Michoacán, originados en una pérdida del sentido profundo de la política y en una grave distorsión del ejercicio de la racionalidad, son tres: por un lado, el hecho de que nuestra entidad –en algún momento de su historia- extravió el camino de la sobriedad democrática y de la limitación ética del poder, encandilada una vez más por las inflamaciones de un ego histórico que la ha conducido, poco a poco, a su propia desgracia; por otro, el que casi todos los actores con presencia social importante se tomaron el derecho de intentar destruir a nuestra entidad, de calcular su ruina o de devastar la esperanza de muchos, nada más y nada menos que en nombre del bienestar colectivo, sin que ningún órgano de control institucional o un frente del tipo de organizaciones que se hacen llamar “de la sociedad civil” les pusiera límites; por último, la instalación de la fatalidad como destino en el comportamiento colectivo (reconocible en el hecho de que casi nadie tiene tiempo para soluciones cuando lo esencial es conflictuar y problematizar el espacio público), son hechos y realidades que, sin exageración, dibujan una de las épocas más negras en la historia de Michoacán desde 1825.

    La cruda verdad de nuestro aquí y ahora radica, por un lado, en no querer ver con realismo y valor la clase de entidad hecha jirones y remiendos en que alguien y algunos más convirtieron al estado y, por otro, en no intentar ni atisbar –con atrevimiento lúcido y gran sentido autocrítico- soluciones razonables a la altura de nuestros problemas.

    Encontrarle la cuadratura al círculo en el caso Michoacán y dotar de un rumbo nuevo y diferente la vida pública de la entidad, no pasa por la tramoya de presentar fórmulas viejas con envase nuevo, ni por la de darle a la actitud de gobierno los rudimentos de la literatura motivacional, ni por la estratagema del lavado de cerebro publicitario en el pizarrón de la opinión pública. La terca realidad es más terca aun cuando se pretende ignorarla.

    Sanear y limpiar de sarro e impurezas la vida pública y administrativa de la entidad, deslindar y fincar responsabilidades legales por el quebranto financiero de que fue objeto durante años y, lo que no es tarea menor, reintegrar al principio de autoridad sus fueros y potestades con base en el imperio estricto de la Ley, son tareas urgentes que aguardan al próximo gobierno constitucional del estado. ¿Podrá?

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