16 enero, 2022

Raúl Casamadrid: enero enhebratorio

enero enhebratorio

(nota brumosa sobre Luz dispersa de Benjamín Valdivia)


En algún lugar cierta joven dama de compañía acerca su presencia hacia un caballero serio y de gesto adusto; sobre el fondo, un galerón, allá en Cuévano, hacia el interior de un túnel que luego resultará ser una nostálgica callejuela, semioscura al amanecer, dueña de una luz tenue y continua. La soledad acopia remembranzas cuando 

 

Te quitas los zapatos ante mí,

única prenda

venida a este paraje

 

Así, surge otra escena: junto a la Presa de la Olla estudian los muchachos y las muchachas –quienes animan, en verdad, todo cuánto sucede– y al caer la tarde las pequeñas embarcaciones que flotan como sobre un espejo se convierten en un espacio lúdico y puntual; son los ojos de las colegialas túneles de vida, y sus brazos spas, centros de rehabilitación y cuevas perfectas; ahí meditan los observatorios lunares que bañan las partes bajas de la ciudad: pues

 

Llámese Guanajuato

a este signo.

 

Aun así no quedará

ni piedra sobre piedra.

 

Y por cierto, esos son también los signos de la antigua Valladolid, “Ciudad exquisita que cambio su nombre / por acto y efecto del amor de un hombre / vallisoletano, dedicado y serio / como el dolor que mana del presbiterio”. Esos mismos signos que han sido despreciados por las nuevas generaciones y se han convertido –de pronto– en un confluir de batallas tristes entre nuevos Morelos y viejos Iturbides, entre el equipo León y el Atlético Morelia; de su saldo aciago resulta el resurgimiento de una conciencia pura, donde el devenir del fantasma de Matamoros, pasado por las armas y protoplasmático, aparece desde su calabozo convertido ahora en un chavo banda supersimpático e hipernakísimo; ya que

 

El esfuerzo del río

por seguir río abajo

es solamente semejante a mi esfuerzo

por tardar en morir:

 

tus ojos miran

a dos cosas que se alejan.

 

Benjamín Valdivia es autor de más de 50 libros y su obra toca todos los géneros literarios: la poesía, la novela, el cuento, el teatro y el ensayo. Parte de su extensa obra ha sido traducida a más de diez idiomas, y por ella se ha hecho acreedor a premios nacionales e internacionales. Como muchos hombres de letras, también se ha dedicado a la edición, a la investigación y a dictar cátedra; es Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Con distintos doctorados, en Filosofía, en Ciencias de la Educación y en Humanidades y Artes, Valdivia ha sido invitado como profesor a diversas universidades de nuestro país, de Estados Unidos y de Europa. 

Cuando un autor tiene tanta obra publicada y ha adquirido tantos títulos, su escritura se vuelve una especie de laberinto, como una ciudad urbanizada en el país de las maravillas; un universo lleno de sorpresas donde hay planetas y asteriodes, carreteras, avenidas, boulevares y callejuelas; hay fraccionamientos con altos edificos y barrios con pequeñas casitas; hay hospitales y escuelas y templos e iglesias; asilos, hospicios, restaurantes, estadios, casas de citas, túneles y salas cinematográficas donde menudean los sueños; porque 

 

En nuestro lecho de raíces vivas

lumbrean los látigos de lívidos latidos:

somos la forma misma de la tierra,

concentración de llamaradas

a mitad de la frente:

la latitud de un sueño incomparable.

 

Y hay también, ¡oh, Dios!, orates y locos que no paran de perseguirse y de encontrarse y amarrarse unos a otros; que se besan y aman sin querer junto a cortinajes antiguos y raídos, con marcas indelebles de semen y sangre, entre charcos de saliva mezclados con hongos alucinógenos y colirios, aunque 

 

Adentro del río un río

más y más sonoro nos habla,

nos requiere con líquida insistencia.

 

Y otro más, aún más tenue,

Desde el fonfo del fondo nos reclama. 

 

Sí: en Guanajuato y en Aguascalientes y en Morelia sus personajes, ellas y ellos, son el espacio ideal doinde crecen los torrentes y donde, al mismo tiempo, habitan los remansos que como “un pavo real que se aburre de luz en la tarde”; Agustín Lara, Odette Alonso, Luis y Tony Aguilar, Jorge Ibarguengoitia, Fanny Cano y Benjamin Valdivia escriben, cada uno, poesía a su modo y se mecen en el ensueño de viajar a Bacalar o a alguna otra laguna crsitalina para estar acompañados de luminiscencias; porque cuando

 

Ella muerde la luz.

Entre sus dientes el fulgor

tiene un gusto de especias cosechadas

En el amanecer.

 

pues además

 

En ella adquiere ya

el instante sus húmedos deleites:

en la saliva se deslizan las palabras:

luz, fulgor, amanecer y transparencia.

 

Y bastante justo es decir que la ciudad de Guanajuato tiene ya un dejo de poesía valdiviana: 

 

En las casa antiguas te detengo.

En lechos de latón labrado,

bajo techos de zinc

y entre paredes a veces derruidas

y a veces levantadas entre la cal y el canto

entre los árboles más viejos…

 

cuando

 

La proliferación de actos 

no permite apreciar lo quieto del espacio

 

Ciudad henchida,

piedra que no se mueve,

hielo perfecto.

 

En las inmediaciones de estos pensamientos

acude a devorarnos

el revoloteo trágico del tiempo.

 

En la poesía, el dolor y el alivio están muy presentes y –a la vez– muy austentes: pero no es tanto así en la prosa o el ensayo: alrrededor de ellos se quema copal pero su música alegre no llena el flujo de las arterias vitales como pude lograrlo la poesía:

 

Yo solo sé esperarte 

en apartados túneles,

en ruidosas vías,

en tiempos extendidos…

 

pues

 

Heme aquí en los suburbios de la tarde

subido hasta la reja

por contemplar tus pies desnudos, 

por verte caminar hasta el espejo y decidir

a solas, 

en un murmullo casi,

en un secreto

entender en tus pasos y aquellos espejos

la certidumbre de tu imagen…

 

Amorosa como pocas, la poesía de Valdivia es una oda que festeja a la vida y al puro sentimiento. Renacentista, su lírica está animada por juegos de espejos; los túneles de Cuévano son cavernas que aprisionan a las apariencias; son reflejos de lo puramente sensible que enmascaran al mundo de las ideas y a los nobles ideales del conocimiento platoniano. En su obra, Valdivia es un poeta que permite al lector ser el filósofo liberado que deriva profundos conocimientos desde sus percepciones.

Su poesía es de un fino “amor cortés” pero también es filosófica y bíblica; en el plano formal observa una rítmica sonora y su selección léxica rechaza a la vulgaridad y la afectación en pos de una búsqueda correlativa de metáforas y alegorías. Trabaja el tópico del amor como fuerza de la naturaleza: es río, viento, incendio, fuego y llamas; pero también es signo, tierra, tiempo, noche y luz.

La mujer amada lo es todo y se difumina en la nada; aún vestida, la presencia femenina en la poesía valdiviesca está desnuda:

 

Pero nada le dices al espejo

ni a la piel

con la esperanza de que venga entonces el reflejo

de las palabras a poseer tu estar allí

tras la reja y del espejo y del deseo

que te viene a mirar.

 

Al idealizar la presencia femenina su corporeidad resalta y brilla, en el cauce del fluir amoroso, mediante un proceso de hiperbolización metafórica: 

 

Pero allí donde has sido 

vista o visitada

sólo hay la ley del ser

lo que queremos.

Luna, campo y tiempo

y hasta el aire

están a nuestros pies

en el imperio silencioso 

de cada beso.

 

El mundo no gira con el ser humano a cuestas sino que es el sol quien gira alrrededor del hombre; la luna y los demás elementos solo adornan el éxtasis que se manifiesta en un beso. El proceso amoroso nace como consecuencia de la cercanía física: los labios y los ojos del ser amado determinan la existencia de la propia poesía; y, si el amor es gozo, su ausencia determina un sufrimiento cifrado en el destino y en la paradoja de la inutilidad del deseo insatisfecho:

 

Estamos donde lo mismo, tenuemente sitiados

como los pájaros inscritos en la tinta cerrada

de un cuadro entre oriental y venusino por la misma

hora en que los plumajes y los labios arden juntos.

 

Las aves y la selva comprenden la naturaleza de los sentimientos y, en la ausencia del ser amado, son los cómplices que exaltan su belleza y al mismo tiempo constituyen un espacio de esperanza contra la angustia del vacío, en la figuración estereotípica del lugar ameno, del escenario idealizado:

 

La historia del mundo es la historia de tus ojos.

Porque los vaticinios de la lluvia

se fundaron en tus lágrimas,

sobre los días verdes de la selva.

 

Y el mármol ha buscado en vano tu figura.

 

Si tus muslos precisos no me hubieran 

mostrado la verdad,

sería inútil vigilar la transcursión del tiempo.

 

El paisaje es un fruto donde se idealiza lo real y lo inmediato; el lugar que concreta las aspiraciones amorosas como un motivo poético:

 

Vertida entre las hojas es tu piel

un fruto de la tierra:

joya, luz, límite, raíz

la potencia sagrada de la flor.

 

Y el horizonte es un manantial que exhorta al goce del presente pues, en su devenir ilusorio, la vida acaba prontamente y la muerte deviene en un presente constante:

 

Has de llevarme, como dices,

al hotel de la tarde

donde esperan a voces entre risas

muchos viajeros,

muchos vinos

y tanta confusión.

 

Los breves y nutridos poemas de Benjamín Valdivia recrean la trascendencia lírica de una refinada poesía en castellano, con canciones en composiciones cortas donde se personifica al amor con un nuevo enfoque que, sin embargo, conserva la tradición del deseo y el canon de la belleza ideal y el anhelo:

 

Te detengo, retengo y tengo en beso y beso.

El tiempo no se mueva más.

El aire quede fijo.

La tierra inmóvil.

Solo este fuego tibio y frutal

que continúe.

 

De la poesía de Valdivia se ha dicho que en ella “navegan algunos espectros invisibles al tacto”; y de su prosa que “conlleva un lenguaje preciso, sugerente y directo”. Lo cierto es que en poemarios como El árbol del origen (2020) “lo invisible se integra a todas las cosas que nombra el poema para recrear al mundo”. Y es que, ciertamente, a la creación del poeta no le son ajenos los neologísmos: Valdivia inventa sentidos e inventa palabras: “presintencia”, “transcursión”, “corvulación”, “unósmico”, “enfocila”, “contumece”, “inconcebiblérrimo”, “unitacto”, “longitunidar”, etcétera. 

En la novela Veleidades de Numa Fernandez al caer la tarde, obra ganadora del Premio Nacional “Jorge Ibargüengoitia” de 1998, podemos encontrar un espacio quijotesco en donde se desarrolla el numen de la obra: la novela comienza con “En un lugar de La Mancha…” y concluye con: “de cuyo nombre no quiero acordarme”; así, a mitad de esta frase cervantina, acontece toda la trama: un cadáver que no existe, un detective privado, un héroe anónimo, unos papeles misteriosos, una búsqueda con intensidad creciente plena de reflexiones, páginas traducidas, análisis literario, ensayos filosóficos, simbolismos, coplas, referentes, entrevistas y, junto a todo eso, una mujer, loca de amor, que entrelaza, como una Dulcinea posmoderna, todas las venturas y desventuras del protagonista, Numa Fernández y su necesidad cósmica de tener un hijo.

De esta novela, precisamente, Letra Franca Ediciones acaba de publicar un fragmento en su colección “Diez Narradores Mexicanos Más Allá de la Pandemia”; su título: La loca de amor (2021). Con un lenguaje preciso y a la vez sugerente, en un puñado de páginas (que incluyen vocablos inventados) el autor nos relata el carácter de esta mujer, las implicaciones de su porvenir y, en un acto de inmolación de su propio ser, su sacrificio como un altar para que la historia del mundo siga adelante. Antes, Valdivia ganó el Premio Internacional de Novela Nuevo León, en 1988, con El pelícano verde; y luego, la editorial Libros a Cielo Abierto publicó El “Tira” Guajardo. La novela del 2010, obra que durante todo el año de 2009 fue una novela de anticipación para convertirse, a partir del 2011, en una novela histórica sobre la corrupción de la política “en plena democracia”.

Recientemente, el autor ha publicado Malacanchonche o El baile del espejo (2020), editada por Garañén-Porrúa; su título hace referencia a una ancestral danza indígena mexicana donde el ejecutante gira y gira hasta convertirse en el eje del universo; así, en esta novela, todos los personajes se encuentran envueltos en los giros del destino dentro de un mundo que, aunque parece funcionar a la prefección, mantiene “un costo que hay que pagar”; y, aunque la danza parezca llegar a su fin, “para algunos la rueda de la infinitud prosigue sus ritmos implacables sobre nuevas oleadas de lo que ya nos está llamando hacia el porvenir”.

La novela toma como esquema la biografía de Kirkegaard, trasladada –claro está– a un pueblo del Bajío mexicano. En ella, el narrador es una cámara de cine; de tal suerte que el lector puede ver, a través de una lente, cuanto sucede y acontece al tiempo en que participa como observador junto a la mirada de la cámara, como quien ve a través de ella durante su proyección en la pantalla grande. Así, la cámara va relatando, contando las escenas conforme las mira. Algunas parte en esta novela, de hecho, están escritas en forma de guion de cine.

Si la poesía es para Valdivia la “celebración risueña de la vida”, y ahí su palabra se arriesga con un discurso pleno de imágenes hilvanadas como en una narración o un cuento, su prosa se despliega muchas veces como un poema conversacional donde fulguran los detalles de los mundos donde navega la imaginación del que escribe y, por ende, del quien lee. Para el poeta, la poesía “es sentirse, es ver un mundo, de tal modo que la poesía sigue para adelante y da ritmo a nuestra música, y la locura”. Así es en poemarios como Conversación con la perrada (Tlacuilo Ediciones, 2015) y Amigos míos (UAS, 2020), donde los poemas constituyen “una exhortación, una renovación de votos ante las posibilidades del lenguaje frente al inquietante transcurrir de los asuntos humanos”. En efecto; Valdivia tiene la capacidad de convertir a la poesía clásica en coloquial y, al lenguaje de todos los días, en poesía clásica; y su lirica va “desde la ironía hasta el tono fatalista, en las virtudes y vicios, personajes y cismas de una época”.

Así, en su poema “Inventarios altos”

 

…fuimos todos por el mismo rumbo,

llenos de antepasados,

pletóricos de días cada cual

sobre del ansia nómada 

del tiempo.

 

Parvadas de nubes

volaban por el océano

de la altura.

 

Bajo la nube de 

la desesperación

la multitud, amigos:

el dolor.

 

por ello el autor no duda en declarar que sus libros están hechos para que los amigos lo sepan pues “la poesía y el pensamiento están falsamente separados… el tema de las ideas me ha parecido adecuado y la seriedad nos debe dar risa”.

Y durante el tránsito entre la poesía y la narrativa Valdivia pasa también por el ensayo, como en Yo mismo (y otros ensayos sobre percepción y literatura) (UG, 2007), donde es capaz de colocar “puentes verbales entre escritores separados por los siglos”; en su Breviario del Unicornio (Libros a Cielo Abierto, 2009), obra en la cual escanea y encuentra, de esta misteriosa criatura mitilógica, universal y con una profunda significación, sus funciones, la índole de su naturaleza y los motivos arquetípicos de su condición simbólica; así, en Eros y Quimeras (Azafrán y Cinabrio, 2010), Benjamín Valdivia dilucida las “oscuras relaciones” que entre sí trazan los textos de Nerval, Sade, Paz, Jodorowski, Tablada, Lopez  Velarde y Huidobro de quien, con un título homónimo, Huidobro, publica en la elegante colección de la Pequeña Galería del Escritor Hispanoamericano (UG, 2015), un breve pero muy sustencioso texto en donde repasa la obra del magnífico chileno “culpable” de haber generado el poema Altazor así como la revista internacional de arte Creación –publicada por vez primera en 1921– donde ensaya, precisamente, sobre uno de sus principales tópicos, el espejo: ahí, en su apartado “El espejo de las transformaciones”, Valdivia reseña los tres distintos niveles que intervienen en el proceso de creación artística: el histórico, el psicológico y el técnico. Rememora a Kandinsky y rescata el concepto donde el teórico ruso afirma que cada obra es hija de su tiempo y –la mayoría de las veces– madre de nuestro propio sentimiento.

Como editor, Benjamín Valdivia también traduce y compila; de este último oficio es muestra el luminoso volumen Las avenidad del cielo. Muestrario poético de Aguascalientes y Guanajuato (UAA,2018), donde el lector es testigo de la labor creativa y producción de los vates ubicados en esta zona del Bajío y que abarca desde la poesía de Ignacio Ramírez, El Nigromante (San Miguel Allende, 1818) hasta la de Diego Armando Solis (Guanajuato, 1998); no una antología sino un mosaico rico y valioso “representativo de las formas históricas y vivas en las que ha sucedido la poesía en los estados de Aguascalientes y Guanajuato.

Realizado ya este breve recorrido sobre algunos textos del poeta y creador nacido en la ciudad de Aguascalientes, bien valdría la pena terminar el periplo transcribiendo el poema “Vuelto plasma”, con que abre su reciente poemario El árbol del origen (Letra Franca Ediciones, 2020) 

 

Sobre sí mismo derretido

el cuerpo desde el que te hablo tiene la 

felicidad del castor que se ha encontredo el árbol

del origen: la sonrisa

de aquellos que recuerdan haber vivido el mejor

instante, y al recordarlo

viven el mejor instante: los brazos,

ceñidos a su verdad,

son el abrazo extremo de retenerte

la cintura con la medida

puntual de un solo brazo.

 

Este cuerpo nada quiere ya

sino caerse vuelto plasma

encima de la nube que está a nuestros pies

cuando flotamos siempre en los mundos superiores.

 

Todo de ti contigo, este derretimiento es nuevo cada día

y mayor cada vez que el planeta

avanza en la carrera sin fin

igual que este furor avanza

en su propia órbita.

 

Ciudad de Morelia, enero 5 de 2022

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